HISTORIA DE LA ENFERMERÍA EN COLOMBIA
2° Edición Revisada y Complementada
Editorial Universidad Nacional de Colombia
Bogotá, Abril de 2016
PRÓLOGO
Hace ya más de un decenio leí la Historia de la enfermería en Colombia de
Ana Luisa Velandia, y desde entonces no he dejado de recomendarla por ser quizá
la mejor investigación sobre la historia de la institucionalización
universitaria de una profesión en Colombia. No es frecuente encontrar en el
país reflexiones históricas sobre disciplinas y profesiones, menos estar frente
a una obra escrita en un estilo ágil y ameno tanto para neófitos como para
especialistas.
Ahora, con grata sorpresa, puedo decir que a
partir de la lectura de esta nueva edición, las concepciones de la enfermería y
de su profesionalización son más renovadas por la profundidad en el tratamiento
de algunos temas y la ampliación de otros, pero sobre todo por la riqueza descriptiva
del hacer profesional. Si la mejor práctica es la realización de un fin pensado
con principios de abstracción y universalidad, sin descontar la ética, el
servicio y la vocación, este libro muestra la tensión entre la práctica y la reflexión
de una profesión y disciplina como la enfermería que ha tenido que abrirse paso
en el amplio y especializado campo de las ciencias de la salud.
La obra es el resultado de una experiencia y
reflexión cultivadas con paciencia. Lo primero que llama la atención es el
anclaje teórico de esta obra: el desenvolvimiento profesional de la enfermería
no corresponde sólo a la atención del enfermo sino a al cuidado de la persona.
Desde este enfoque, una historia de la enfermería debería plantearse cinco
interrogantes básicos: el cómo, dónde, cuándo, por qué y para qué de las
prácticas del cuidado.
Llama también la atención en este libro el
diálogo teórico y metodológico interdisciplinario y transdisciplinario. Bien
señala Ana Luisa Velandia que profesión es, en esencia, lo que se profesa,
porque se cree en un saber y se promueve la enseñanza, aprendizaje y formación
de este saber. En el caso de la enfermería, las manifestaciones del cuidado son
el acumulado de experiencias de ensayo y error, más una heurística propia,
teórica y metódica, de dicha práctica. Si bien el cuidado permite una reflexión de saber y conocimiento específico,
su dimensión analítica y práctica es condición esencial, ontológica, de ahí que
la palabra cuidado debe ser entendida
en esa característica bifronte del lenguaje que muestra y oculta, y que incluso
puede llegar a substituirse indefinidamente en la palabra que nombra. En esta
condición, la taxonomía objetiva de la enunciación cuidado debe ser reconocida en un campo de categorías y relaciones
compartidas por las comunidades de investigación. En otras palabras, debe buscar
las invariantes de la traducción compartidas por una comunidad o las
diferencias, tal como advierte Thomas S. Khun
en su libro ¿Qué son las revoluciones científicas? Y otros ensayos.
Empresa, por demás, que puede caer en el prurito de la teoría y entorpecer el
mismo ejercicio cognoscitivo, de la misma manera que la obsesión por la
gramática –nos recuerda Félix Ovejero Lucas en La quimera fértil: el despropósito de la teoría de la historia– entorpece
las actuaciones del habla.
Ahora bien, en este diálogo con las categorías
de Thomas S. Kuhn para el estudio de la historia de las ciencias, es posible
decir que en la obra de Ana Luisa Velandia se reconoce tanto un análisis internalista
como externalista de la profesión y la disciplina de la enfermería, especialmente
para Latinoamérica y Colombia, en un arco de tiempo cronológico desde el siglo
XVI hasta la actualidad. El libro muestra cómo la enfermería dejó de ser un
arte practicado por comunidades religiosas hasta constituirse en una profesión
y ciencia con una fuerte influencia política y social en la primera década del
siglo XXI. Por supuesto, este largo proceso de consolidación de la enfermería ha
debido sortear un sinnúmero de dificultades, principalmente el hecho de ser
reconocida como una ciencia. Es importante destacar que en Colombia se perfeccionó
y acogió el legado del arte de la enfermería desde la llegada de los
trasterrados ibéricos, muy a pesar del olvido y colonización del saber de las
tradiciones preventivas y curativas de los nativos. No obstante, y como el
lector lo podrá constatar a lo largo de los capítulos de esta obra, la
importancia del legado y la tradición en sus ejes femenino, religioso, militar
y étnico han constituido una profesión y disciplina con múltiples diálogos
culturales, entre ellos el nativo y afro.
Es muy destacable en el libro el análisis teoría-práctica
y las interacciones con la vocación
femenina para ejercer el oficio y rol de la enfermería, y cómo este compromiso
se ha trasformado. En la Edad Media serían las comunidades religiosas, tanto
femeninas como masculinas, las encargadas del cuidado de enfermo, pero también
se destacan algunas escuelas de medicina como la famosa Escuela Médica de
Salerno del siglo XI, encargada de la preparación teórica de las comadronas.
Durante el medioevo la enseñanza de la enfermería se limitó al ámbito de lo privado, pasándose los conocimientos de madres a hijas,
y cuando se realizó en lugares institucionales no existió una transmisión
sistemática y escrita de los conocimientos.
En la cultura católica occidental, la enfermería en lugar de responder a una necesidad social, estuvo
supeditada a visiones teológicas como lo “caritativo”. Una profesión
debe generar una identidad propia y no
quedar supeditada a otros saberes, tampoco a ideologías. De tal modo que para
encontrar la profesionalización y disciplina de la enfermería hay que recurrir
a la historia, cuando lo caritativo fue dejado de lado y surgió la enfermería
como una necesidad social, un “momento enfermero” o, mejor, “un momento de la
enfermería”
El momento de la enfermería surgió en el siglo
XIX bajo unas circunstancias determinadas: la revolución industrial, la
urbanización, las guerras emprendidas por los Estados nación europeos –que hicieron
de la profesión una necesidad social–, y por un personaje que no puede dejar de
mencionarse: Florence Nightingale (1820-1910), la primera mujer en fijar los
cánones de la profesión y disciplina de la enfermería en su libro Notas de Enfermería (1859).
Florence Nightingale orientó la enfermería en los hechos observables y promovió un saber
laico, profesional, religioso y pseudomilitar. Lo más esencial de este legado fue
la orientación de la disciplina en el enfermo y no en la enfermedad, y la
preocupación porque la enfermería se centrara en los aspectos de prevención y
fomento de la salud. Pero la profesionalización
sólo se alcanza cuando los conocimientos y prácticas se sistematizan e
institucionalizan, para ello fue necesario que la enfermería conquistara la institucionalización
y cátedra universitaria.
Si la enfermería como profesión y ciencia permitió
que la mujer adquiriera un espacio laboral, sin contar la filiación religiosa, específicamente
desde la aparición de Florence Nightingale, no se puede desconocer que tal
reconocimiento también está precedido de valerosas luchas y conquistas
laborales y de un rol que debió superar el prejuicio de relacionar mujeres
enfermeras con hospitales, más por un “designio divino” que por un compromiso y
vocación profesional. Si bien es importante el papel desempeñado por diferentes
congregaciones religiosas en el oficio y rol profesional, la enfermería adquirió
una identidad profesional en la universidad y la academia con el fin de dirigir
el saber hacia la curación y el cuidado de la persona.
La tesis más relevante de esta nueva edición de
la Historia de la enfermería en Colombia
es el análisis ampliado de la consolidación profesional y disciplinaria. Profesionalizar
una disciplina es construir una identidad profesional tanto para los sujetos
como para las instituciones. La profesionalización de los cuidados de enfermería
se delimita, en un primer momento, en relación a un ethos profesional e investigativo de la enfermería desde un
propósito reflexivo, crítico, comunicativo, responsable y comprometido con lo
que se hace, sabe y comparte; segundo, en referencia a unas tareas compartidas
con las ciencias de la salud; tercero, en el reconocimiento jurídico exigido
para diferenciar la práctica de otras aplicaciones; cuarto, en los fines de la
enseñanza y aprendizaje sistemáticos y con unos conceptos establecidos impartidos
en la universidad; y quinto, en las asociaciones profesionales que velan por el
bienestar y promoción del cuidado.
Este proceder en la Historia de la enfermería en Colombia de Ana Luisa Velandia muy bien podría aplicarse en otras profesiones
y disciplinas, no sólo de las ciencias de la salud sino de las ciencias sociales.
Empero, la profesionalización de una disciplina no sólo se delimita en función
del establecimiento de un campo particular de conocimiento, también en la manera
como los conocimientos interactúan con la sociedad. Profesionalizar es
construir una autoridad científica y cultural, es decir, que la disciplina,
primero, obtenga una legitimidad social y se ocupe de tareas específicas –pues posee los conocimientos necesarios y
reconocidos para ello– y, segundo, que adquiera una autoridad cultural, en la
medida que los argumentos, en este caso sobre el cuidado y bienestar de una
población, sean asumidos con criterios de certeza.
Un acierto más de esta obra de Ana Luisa
Velandia son los análisis desde una retrospectiva histórica para entender por
qué la enfermería, pese a su profesionalización, continúa siendo una actividad realizada especialmente por
mujeres, y cómo y por qué su práctica ha estado subordinada a la medicina. Si
bien, como ya se ha señalado, en la profesión clerical está la matriz histórica
de la cual se desprenden todas las profesiones modernas, en el caso de la
enfermería, como se ha enfatizado, sólo después de Florence Nightingale el
oficio dejó de asumirse como una práctica e idea propiamente de arte para
constituirse como una práctica y reflexión teórica y metódica, y no porque la
enfermería hubiese sido incapaz de pensarse a sí misma hasta antes del siglo
XIX, sino porque el concepto moderno de profesión, unido a un desarrollo
tecnológico (aplicación cultura de la técnica) y en un estrecho contacto con
los desarrollos científicos, únicamente alcanzó validez con la Revolución
Industrial, que hizo de la productividad el fin en sí mismo y de la técnica el
medio para llegar a éste. De ahí que durante el siglo XIX hasta bien entrado el
XX la técnica haría dependiente a la enfermería de la enfermedad y de la
medicina, hasta el punto que en lugar de darse un acercamiento entre profesión
y ciencia se dio un acercamiento entre profesión y oficio; a la enfermería se
le indujo a utilizar cada vez más los instrumentos con el propósito de hacer
válida una función social en la regresión progresiva de la morbidez y de la
mortalidad provocadas por las enfermedades epidémicas y el proceso creciente de
la concentración urbana e industrial.
Este matrimonio de la profesión con la
disciplina, entendido como la familiaridad con un cuerpo abstracto de
conocimientos en un lenguaje común, y con el oficio, entendido como las
habilidades prácticas que surgen de la rutina y el disciplinamiento, en el caso
de la enfermería debe estudiarse en el contexto del tránsito del siglo XVIII al
XIX y luego al XX, en el cual el sentido de progreso afirmó su dimensión, más
que en la industrialización, en la liberación del hombre de la suciedad, de la
enfermedad. La primera experiencia de decencia humana que pudo experimentar una
familia de escasas condiciones económicas con la ropa interior de algodón y el
jabón se constituyeron en símbolos de aplicaciones técnicas de un valor nunca
antes conocido. Los primeros signos de dignificación humana que debieron
experimentar los habitantes de una ciudad fueron los acueductos, las letrinas y
el higienismo, en general, del espacio urbano.
En este periodo de tránsito no de sólo la
enfermería sino de otras profesiones modernas hubo un gran acercamiento con los
oficios que mejoraban técnicas, y con éstas la aplicación social. Así, nos
recuerda Jacob Bronowsky en El ascenso
del hombre que “es probable que
las camas de armazón de hierro salvasen a más mujeres de la fiebre de parto que
el maletín negro del médico, que, en sí mismo, constituía una innovación
medica”. Juana Hernández Conesa en su Historia
de la Enfermería: un análisis histórico de los cuidados de enfermería,
también nos advierte que el arte de curar
vio consagrado su prestigio frente al arte
de cuidar que quedó relevado, durante más de un siglo, a tareas (oficios)
de los avances de la cirugía, la obstetricia, el higienismo, entre otros.
Esta identificación de la enfermería con la
técnica y el enfermo, derivada de los avances de la medicina, hizo que su
desarrollo profesional se fuera identificando cada vez con el rol, es decir,
con la expresión de la función pero no con el contenido mismo de la función. De
manera que a partir del rol moral (mujer condenada, mujer consagrada) con el
cual se había identificado a la enfermería hasta el proceso de su
institucionalización en los siglos XIX y XX, sobrevino un segundo momento de
identificación con el rol técnico (división del cuerpo enfermo y saturación del
tiempo) y el rol auxiliar del médico (instrumentos de exploración o diagnostico
médico e instrumentos de curación o tratamiento que intervienen en la
terapéutica).
Pero además del rol, la filiación religiosa-matrilineal
y médico-patrilineal hizo que la identidad de la enfermería como profesión se
hiciera más compleja de aprehender, pese a que su función social exigiera
rigurosidad científica y que su desenvolvimiento práctico y de conocimientos
metódicos desempeñasen un papel importante en la salud, especialmente en una
etapa histórica de tránsito entre los siglo XVIII y XX, como se ha dicho, en la
cual por primera vez se podía traducir el significado del tan fomentado progreso social en términos de una mayor
cobertura de cuidados y de servicios de salubridad pública nunca antes
conocidos por amplios sectores de la sociedad.
Paradójicamente esta posibilidad de
experimentar el progreso en las ciencias de la salud permitió también asistir a
un nuevo espacio de la experiencia que se identificaba con las formas de la
percepción del cuerpo, pese a la fragmentación, y de la mirada específica de
los contenidos visibles. Acota Michel Foucault en El nacimiento de la clínica: una arqueología de la mirada médica que
este encuentro posibilitó, por
primera vez, una experiencia clínica en
la cual el objeto del discurso racional llegó a ser un sujeto, sin que las
figuras de la objetividad fuesen modificadas.
Sin embargo, seria la racionalidad instrumental
la que primaría sobre la mirada de una racionalidad científica más amplia, que
derivó hacia un proceso de institucionalización profesionalizante en continua
fragmentación y masificación. Esta es la situación de la mayoría de las
profesiones modernas. La enfermería hoy debe propender por desmarcarse de la subordinación
médica, adquirir su propio sello de formación profesional, adoptar la imagen de
marca de la investigación (y defenderla con gritos de guerra, si es necesario)
y ocupar un mercado laboral –infortunadamente reconocido en nuestro país como
de “penuria”–, que le permita afirmar “un renovado momento profesional de la
enfermería” cuyo fin sea el cuidado y el servicio.
¿Pero cómo pasar de esta identidad profesional de
la enfermería, construida a partir del rol moral y el rol técnico a una nueva
afirmada por el servicio que presta a la población, esto es, los cuidados de
enfermería que permiten que la vida continúe y se reproduzca? Es claro que este
cuestionamiento debe promover una reflexión más allá del rol hacia la
construcción científica y disciplinaria de la enfermería, sin descuidar las condiciones
históricas, como bien Ana Luisa Velandia lo argumenta y explica en esta obra de
contenido histórico y de crítica profesional.
Desde la Ley 100 en Colombia, la trasformación
del Instituto de Seguro Social y la aparición de las EPS han llevado a que las
ciencias de la salud sean vistas como un negocio y, por consiguiente, sea
notorio el deterioro y la deshumanización de profesiones que deberían velar por
niños, jóvenes, adultos y ancianos. Es necesario que la enfermería retorne a la
vocación esencial de cuidar, incluso en la casa misma del paciente, sobre la
premisa esencial: el cuidado de la persona en las diferentes etapas de la vida.
Actualmente en Colombia es normal encontrar a las
egresadas y egresados profesionales de
enfermería –más mujeres que hombres– desempeñando cargos en la administración y
el rol curativo que les alejan de la investigación y la academia. Es por esto
que Ana Luis Velandia, desde una experiencia y reflexión acumuladas, llama la
atención en su libro para “trabajar más por nosotros mismos, por nuestra
satisfacción personal y la de los usuarios de nuestros servicios; preocuparnos
más por la calidad del cuidado que brindamos que por el estatus de la
profesión… Él vendrá como un efecto de nuestro profesionalismo”.
Álvaro
Acevedo Tarazona
Escuela de Historia
Universidad Industrial de Santander
Bucaramanga, octubre de 2011
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