Este blog tiene como objetivo compartir intervenciones en eventos académicos que no han sido publicadas antes a texto completo, reflexiones de la autora sobre temas relacionados con la historia y la sociología de enfermería y publicaciones en revistas que todavía no son accesibles en Internet.

martes, 31 de mayo de 2016

Historia de la Enfermería en Colombia. 2° Edición, 2016. PRÓLOGO


HISTORIA DE LA ENFERMERÍA EN COLOMBIA

2° Edición Revisada y Complementada

Editorial Universidad Nacional de Colombia

Bogotá, Abril de 2016

PRÓLOGO

Hace ya más de un decenio leí la Historia de la enfermería en Colombia de Ana Luisa Velandia, y desde entonces no he dejado de recomendarla por ser quizá la mejor investigación sobre la historia de la institucionalización universitaria de una profesión en Colombia. No es frecuente encontrar en el país reflexiones históricas sobre disciplinas y profesiones, menos estar frente a una obra escrita en un estilo ágil y ameno tanto para neófitos como para especialistas.

Ahora, con grata sorpresa, puedo decir que a partir de la lectura de esta nueva edición, las concepciones de la enfermería y de su profesionalización son más renovadas por la profundidad en el tratamiento de algunos temas y la ampliación de otros, pero sobre todo por la riqueza descriptiva del hacer profesional. Si la mejor práctica es la realización de un fin pensado con principios de abstracción y universalidad, sin descontar la ética, el servicio y la vocación, este libro muestra la tensión entre la práctica y la reflexión de una profesión y disciplina como la enfermería que ha tenido que abrirse paso en el amplio y especializado campo de las ciencias de la salud.

La obra es el resultado de una experiencia y reflexión cultivadas con paciencia. Lo primero que llama la atención es el anclaje teórico de esta obra: el desenvolvimiento profesional de la enfermería no corresponde sólo a la atención del enfermo sino a al cuidado de la persona. Desde este enfoque, una historia de la enfermería debería plantearse cinco interrogantes básicos: el cómo, dónde, cuándo, por qué y para qué de las prácticas del cuidado.

Llama también la atención en este libro el diálogo teórico y metodológico interdisciplinario y transdisciplinario. Bien señala Ana Luisa Velandia que profesión es, en esencia, lo que se profesa, porque se cree en un saber y se promueve la enseñanza, aprendizaje y formación de este saber. En el caso de la enfermería, las manifestaciones del cuidado son el acumulado de experiencias de ensayo y error, más una heurística propia, teórica y metódica, de dicha práctica. Si bien el cuidado permite una reflexión de saber y conocimiento específico, su dimensión analítica y práctica es condición esencial, ontológica, de ahí que la palabra cuidado debe ser entendida en esa característica bifronte del lenguaje que muestra y oculta, y que incluso puede llegar a substituirse indefinidamente en la palabra que nombra. En esta condición, la taxonomía objetiva de la enunciación cuidado debe ser reconocida en un campo de categorías y relaciones compartidas por las comunidades de investigación. En otras palabras, debe buscar las invariantes de la traducción compartidas por una comunidad o las diferencias, tal como advierte Thomas S. Khun en su libro ¿Qué son las revoluciones científicas? Y otros ensayos. Empresa, por demás, que puede caer en el prurito de la teoría y entorpecer el mismo ejercicio cognoscitivo, de la misma manera que la obsesión por la gramática –nos recuerda Félix Ovejero Lucas en La quimera fértil: el despropósito de la teoría de la historia– entorpece las actuaciones del habla.


Ahora bien, en este diálogo con las categorías de Thomas S. Kuhn para el estudio de la historia de las ciencias, es posible decir que en la obra de Ana Luisa Velandia se reconoce tanto un análisis internalista como externalista de la profesión y la disciplina de la enfermería, especialmente para Latinoamérica y Colombia, en un arco de tiempo cronológico desde el siglo XVI hasta la actualidad. El libro muestra cómo la enfermería dejó de ser un arte practicado por comunidades religiosas hasta constituirse en una profesión y ciencia con una fuerte influencia política y social en la primera década del siglo XXI. Por supuesto, este largo proceso de consolidación de la enfermería ha debido sortear un sinnúmero de dificultades, principalmente el hecho de ser reconocida como una ciencia. Es importante destacar que en Colombia se perfeccionó y acogió el legado del arte de la enfermería desde la llegada de los trasterrados ibéricos, muy a pesar del olvido y colonización del saber de las tradiciones preventivas y curativas de los nativos. No obstante, y como el lector lo podrá constatar a lo largo de los capítulos de esta obra, la importancia del legado y la tradición en sus ejes femenino, religioso, militar y étnico han constituido una profesión y disciplina con múltiples diálogos culturales, entre ellos el nativo y afro.

Es muy destacable en el libro el análisis teoría-práctica y las  interacciones con la vocación femenina para ejercer el oficio y rol de la enfermería, y cómo este compromiso se ha trasformado. En la Edad Media serían las comunidades religiosas, tanto femeninas como masculinas, las encargadas del cuidado de enfermo, pero también se destacan algunas escuelas de medicina como la famosa Escuela Médica de Salerno del siglo XI, encargada de la preparación teórica de las comadronas. Durante el medioevo la enseñanza de la enfermería  se limitó al ámbito de lo privado,  pasándose los conocimientos de madres a hijas, y cuando se realizó en lugares institucionales no existió una transmisión sistemática y escrita de los conocimientos.  En la cultura católica occidental, la enfermería en lugar de  responder a una necesidad social,  estuvo  supeditada a visiones teológicas como lo “caritativo”. Una profesión debe  generar una identidad propia y no quedar supeditada a otros saberes, tampoco a ideologías. De tal modo que para encontrar la profesionalización y disciplina de la enfermería hay que recurrir a la historia, cuando lo caritativo fue dejado de lado y surgió la enfermería como una necesidad social, un “momento enfermero” o, mejor, “un momento de la enfermería”

El momento de la enfermería surgió en el siglo XIX bajo unas circunstancias determinadas: la revolución industrial, la urbanización, las guerras emprendidas por los Estados nación europeos –que hicieron de la profesión una necesidad social–, y por un personaje que no puede dejar de mencionarse: Florence Nightingale (1820-1910), la primera mujer en fijar los cánones de la profesión y disciplina de la enfermería en su libro Notas de Enfermería  (1859). 

Florence Nightingale orientó la enfermería  en los hechos observables y promovió un saber laico, profesional, religioso y pseudomilitar. Lo más esencial de este legado fue la orientación de la disciplina en el enfermo y no en la enfermedad, y la preocupación porque la enfermería se centrara en los aspectos de prevención y fomento de la salud.  Pero la profesionalización sólo se alcanza cuando los conocimientos y prácticas se sistematizan e institucionalizan, para ello fue necesario que la enfermería conquistara la institucionalización y cátedra universitaria.

Si la enfermería como profesión y ciencia permitió que la mujer adquiriera un espacio laboral, sin contar la filiación religiosa, específicamente desde la aparición de Florence Nightingale, no se puede desconocer que tal reconocimiento también está precedido de valerosas luchas y conquistas laborales y de un rol que debió superar el prejuicio de relacionar mujeres enfermeras con hospitales, más por un “designio divino” que por un compromiso y vocación profesional. Si bien es importante el papel desempeñado por diferentes congregaciones religiosas en el oficio y rol profesional, la enfermería adquirió una identidad profesional en la universidad y la academia con el fin de dirigir el saber hacia la curación y el cuidado de la persona.

La tesis más relevante de esta nueva edición de la Historia de la enfermería en Colombia es el análisis ampliado de la consolidación profesional y disciplinaria. Profesionalizar una disciplina es construir una identidad profesional tanto para los sujetos como para las instituciones. La profesionalización de los cuidados de enfermería se delimita, en un primer momento, en relación a un ethos profesional e investigativo de la enfermería desde un propósito reflexivo, crítico, comunicativo, responsable y comprometido con lo que se hace, sabe y comparte; segundo, en referencia a unas tareas compartidas con las ciencias de la salud; tercero, en el reconocimiento jurídico exigido para diferenciar la práctica de otras aplicaciones; cuarto, en los fines de la enseñanza y aprendizaje sistemáticos y con unos conceptos establecidos impartidos en la universidad; y quinto, en las asociaciones profesionales que velan por el bienestar y promoción del cuidado.  

Este proceder en la Historia de la enfermería en Colombia de Ana Luisa Velandia  muy bien podría aplicarse en otras profesiones y disciplinas, no sólo de las ciencias de la salud sino de las ciencias sociales. Empero, la profesionalización de una disciplina no sólo se delimita en función del establecimiento de un campo particular de conocimiento, también en la manera como los conocimientos interactúan con la sociedad. Profesionalizar es construir una autoridad científica y cultural, es decir, que la disciplina, primero, obtenga una legitimidad social y se ocupe de tareas específicas      –pues posee los conocimientos necesarios y reconocidos para ello– y, segundo, que adquiera una autoridad cultural, en la medida que los argumentos, en este caso sobre el cuidado y bienestar de una población, sean asumidos con criterios de certeza.

Un acierto más de esta obra de Ana Luisa Velandia son los análisis desde una retrospectiva histórica para entender por qué la enfermería, pese a su profesionalización, continúa siendo  una actividad realizada especialmente por mujeres, y cómo y por qué su práctica ha estado subordinada a la medicina. Si bien, como ya se ha señalado, en la profesión clerical está la matriz histórica de la cual se desprenden todas las profesiones modernas, en el caso de la enfermería, como se ha enfatizado, sólo después de Florence Nightingale el oficio dejó de asumirse como una práctica e idea propiamente de arte para constituirse como una práctica y reflexión teórica y metódica, y no porque la enfermería hubiese sido incapaz de pensarse a sí misma hasta antes del siglo XIX, sino porque el concepto moderno de profesión, unido a un desarrollo tecnológico (aplicación cultura de la técnica) y en un estrecho contacto con los desarrollos científicos, únicamente alcanzó validez con la Revolución Industrial, que hizo de la productividad el fin en sí mismo y de la técnica el medio para llegar a éste. De ahí que durante el siglo XIX hasta bien entrado el XX la técnica haría dependiente a la enfermería de la enfermedad y de la medicina, hasta el punto que en lugar de darse un acercamiento entre profesión y ciencia se dio un acercamiento entre profesión y oficio; a la enfermería se le indujo a utilizar cada vez más los instrumentos con el propósito de hacer válida una función social en la regresión progresiva de la morbidez y de la mortalidad provocadas por las enfermedades epidémicas y el proceso creciente de la concentración urbana e industrial.

Este matrimonio de la profesión con la disciplina, entendido como la familiaridad con un cuerpo abstracto de conocimientos en un lenguaje común, y con el oficio, entendido como las habilidades prácticas que surgen de la rutina y el disciplinamiento, en el caso de la enfermería debe estudiarse en el contexto del tránsito del siglo XVIII al XIX y luego al XX, en el cual el sentido de progreso afirmó su dimensión, más que en la industrialización, en la liberación del hombre de la suciedad, de la enfermedad. La primera experiencia de decencia humana que pudo experimentar una familia de escasas condiciones económicas con la ropa interior de algodón y el jabón se constituyeron en símbolos de aplicaciones técnicas de un valor nunca antes conocido. Los primeros signos de dignificación humana que debieron experimentar los habitantes de una ciudad fueron los acueductos, las letrinas y el higienismo, en general, del espacio urbano.

En este periodo de tránsito no de sólo la enfermería sino de otras profesiones modernas hubo un gran acercamiento con los oficios que mejoraban  técnicas,  y con éstas la aplicación social. Así, nos recuerda Jacob Bronowsky en El ascenso del hombre que “es probable que las camas de armazón de hierro salvasen a más mujeres de la fiebre de parto que el maletín negro del médico, que, en sí mismo, constituía una innovación medica”. Juana Hernández Conesa en su Historia de la Enfermería: un análisis histórico de los cuidados de enfermería, también nos advierte que el arte de curar vio consagrado su prestigio frente al arte de cuidar que quedó relevado, durante más de un siglo, a tareas (oficios) de los avances de la cirugía, la obstetricia, el higienismo, entre otros.

Esta identificación de la enfermería con la técnica y el enfermo, derivada de los avances de la medicina, hizo que su desarrollo profesional se fuera identificando cada vez con el rol, es decir, con la expresión de la función pero no con el contenido mismo de la función. De manera que a partir del rol moral (mujer condenada, mujer consagrada) con el cual se había identificado a la enfermería hasta el proceso de su institucionalización en los siglos XIX y XX, sobrevino un segundo momento de identificación con el rol técnico (división del cuerpo enfermo y saturación del tiempo) y el rol auxiliar del médico (instrumentos de exploración o diagnostico médico e instrumentos de curación o tratamiento que intervienen en la terapéutica).

Pero además del rol, la filiación religiosa-matrilineal y médico-patrilineal hizo que la identidad de la enfermería como profesión se hiciera más compleja de aprehender, pese a que su función social exigiera rigurosidad científica y que su desenvolvimiento práctico y de conocimientos metódicos desempeñasen un papel importante en la salud, especialmente en una etapa histórica de tránsito entre los siglo XVIII y XX, como se ha dicho, en la cual por primera vez se podía traducir el significado del tan fomentado progreso social en términos de una mayor cobertura de cuidados y de servicios de salubridad pública nunca antes conocidos por amplios sectores de la sociedad.

Paradójicamente esta posibilidad de experimentar el progreso en las ciencias de la salud permitió también asistir a un nuevo espacio de la experiencia que se identificaba con las formas de la percepción del cuerpo, pese a la fragmentación, y de la mirada específica de los contenidos visibles. Acota Michel Foucault en El nacimiento de la clínica: una arqueología de la mirada médica que este encuentro posibilitó, por primera vez, una experiencia clínica en la cual el objeto del discurso racional llegó a ser un sujeto, sin que las figuras de la objetividad fuesen modificadas.

Sin embargo, seria la racionalidad instrumental la que primaría sobre la mirada de una racionalidad científica más amplia, que derivó hacia un proceso de institucionalización profesionalizante en continua fragmentación y masificación. Esta es la situación de la mayoría de las profesiones modernas. La enfermería hoy debe propender por desmarcarse de la subordinación médica, adquirir su propio sello de formación profesional, adoptar la imagen de marca de la investigación (y defenderla con gritos de guerra, si es necesario) y ocupar un mercado laboral –infortunadamente reconocido en nuestro país como de “penuria”–, que le permita afirmar “un renovado momento profesional de la enfermería” cuyo fin sea el cuidado y el servicio.

¿Pero cómo pasar de esta identidad profesional de la enfermería, construida a partir del rol moral y el rol técnico a una nueva afirmada por el servicio que presta a la población, esto es, los cuidados de enfermería que permiten que la vida continúe y se reproduzca? Es claro que este cuestionamiento debe promover una reflexión más allá del rol hacia la construcción científica y disciplinaria de la enfermería, sin descuidar las condiciones históricas, como bien Ana Luisa Velandia lo argumenta y explica en esta obra de contenido histórico y de crítica profesional.


Desde la Ley 100 en Colombia, la trasformación del Instituto de Seguro Social y la aparición de las EPS han llevado a que las ciencias de la salud sean vistas como un negocio y, por consiguiente, sea notorio el deterioro y la deshumanización de profesiones que deberían velar por niños, jóvenes, adultos y ancianos. Es necesario que la enfermería retorne a la vocación esencial de cuidar, incluso en la casa misma del paciente, sobre la premisa esencial: el cuidado de la persona en las diferentes etapas de la vida.

Actualmente en Colombia es normal encontrar a las egresadas y  egresados profesionales de enfermería –más mujeres que hombres– desempeñando cargos en la administración y el rol curativo que les alejan de la investigación y la academia. Es por esto que Ana Luis Velandia, desde una experiencia y reflexión acumuladas, llama la atención en su libro para “trabajar más por nosotros mismos, por nuestra satisfacción personal y la de los usuarios de nuestros servicios; preocuparnos más por la calidad del cuidado que brindamos que por el estatus de la profesión… Él vendrá como un efecto de nuestro profesionalismo”.



Álvaro Acevedo Tarazona
Escuela de Historia
Universidad Industrial de Santander
Bucaramanga, octubre de 2011





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