Por: Ana Luisa Velandia Mora
E. G., L. E., M. E., Ph. D.
Profesora Emérita
Universidad Nacional de Colombia
Periódico Virtual Opinión.Org, de Profesores de la Universidad Nacional de Colombia. No. 19: Mujer, Academia y Sociedad. Marzo de 2006. Disponible en: htttp://www.upinion.org/19/index.html
Introducción
Fernand Braudel al hablar de las civilizaciones desde el punto de vista histórico, nos recuerda sus planteamientos sobre la temporalidad en la historia y nos hace un recuento de cómo el relato de los acontecimientos es historia de corta duración, el análisis de las coyunturas lo es de mediana duración y la identificación de las estructuras que sustentan las civilizaciones, es historia de larga duración.
Haciendo énfasis en lo que él llama, la historia de largo aliento, nos dice: Los movimientos de superficie, los acontecimientos e incluso los nombres se borran ante nuestros ojos, destaca las grandes permanencias o semipermanencias, tanto conscientes como inconscientes. Es evidente que estas permanencias, estas selecciones heredades o estas denegaciones con respecto a las otras civilizaciones son generalmente inconscientes para la mayoría de los hombres.
Y nos trae como ejemplo, la función de la mujer en el Siglo XX, en una sociedad dada, pongamos la nuestra, la sociedad europea, dice Braudel. Sus peculiaridades se consideran sus hasta tal punto “naturales” que sólo resaltan en comparación con el papel desempeñado por la mujer musulmana o en el extremo opuesto, en comparación con el de la americana de los Estados Unidos (o digo yo, con la sueca.). Si queremos comprender el por qué de esta situación social debemos remontarnos al pasado, por lo menos hasta el Siglo XII, hasta la época del amour courtois para esbozar lo que ha sido el concepto del amor y de la pareja humana en Occidente. Después tendremos que acudir a una serie de explicaciones: al cristianismo, al acceso de la mujer a los colegios y a las universidades; a la idea que tiene el hombre europeo de la educación de los niños; a las condiciones económicas: nivel de vida, trabajo de la mujer en el hogar y fuera de él, etc…
La función de la mujer se presenta siempre como una estructura de la civilización, como un test, porque es, en cada civilización, una realidad de larga duración, resistente a los empujes exteriores, difícilmente modificable de un día para otro. Aquí estoy de acuerdo con Braudel, porque para mí, el desarrollo de una sociedad se mide por el papel que jueguen las mujeres en él. Trataremos de ver, como fue la situación de la mujer en Colombia en el siglo XX, haciendo énfasis en su formación universitaria como enfermera.
Tendencias y categorías generales
Género, es la feminidad típica, caracterizada históricamente. Corresponde al dominio colectivo. Define un conjunto de capacidades, potenciales y reales, y límites del ser mujer colectivo en un escenario social concreto. (Breilh, 1993)
Generalmente cuando se hace referencia al término “género” se tiende a relacionarlo con el estudio de las mujeres, o con conceptos de feminidad. Sin embargo, cada vez más se entiende que el género tiene que ver tanto con la feminidad como con la masculinidad, y de la misma manera, tanto con el hecho de ser mujer como con el de ser hombre; es decir con los dos géneros: femenino y masculino. (Velandia, M. A., 1996)
Me refiero al género (dice Argelia Londoño), como aquel conjunto de determinaciones socioculturales que le imprimen características específicas, más allá de lo biológico, a la manera de vivir, enfermar y morir de hombres y mujeres. Por determinación de género entiendo la forma específica en que cada sociedad construye el ser hombre o ser mujer, lo masculino y lo femenino.
Mujer, ser femenino y singular, con rasgos culturales y biológicos propios. Corresponde al dominio individual. Su vida cotidiana particular media entre su reproducción inmediata de la existencia y su genericidad (femenina). La mujer en su reproducción particular se reproduce a sí misma directamente, y al conjunto del género y la sociedad indirectamente.
Sexo, corresponde al dominio genofenotípico. Condiciones fisiológicas y psíquicas diferenciadas. (Breilh, citado por Velandia, 2000)
Sexo es una categoría biológica. Socialmente cuando se hace referencia al sexo, la definición se centra en la capacidad reproductiva. Otra acepción de sexo como categoría social es lo que somos como hombres o mujeres, entrelazando elementos conceptuales de carácter biológico y psicosocial. (Velandia, M. A., 1999)
Según Uribe y Jaramillo (2002), históricamente, las determinaciones biológicas del sexo han servido de fundamento para la construcción de la categoría social de género, entendiéndose por género las actitudes, los sentimientos, los valores y los comportamientos sociales y culturales asociados con ser hombre o ser mujer y las relaciones socio-culturales entre los mismos. Estos atributos y relaciones son socialmente construidos y se aprenden a través de procesos de socialización. Además, son cambiantes y específicos al contexto cultural. Lo problemático de estas construcciones, es el hecho de que por un lado, normatizan como deben ser los comportamientos femeninos y masculinos y por otro lado, valoran en forma desigual lo asignado como masculino o femenino. En este sentido, las asignaciones culturales masculinas son más valoradas que las femeninas. Lo anterior, trae como consecuencia inequidades entre los sexos, las cuales se manifiestan en la desigualdad de oportunidades en los campos político, social, cultural y económico. Estas barreras socioculturales no solo impiden una participación plena de más de la mitad de la población correspondiente a las mujeres, sino que además, afecta profundamente su calidad de vida y su salud y se convierten en un obstáculo que limita su desarrollo humano.
El género, el poder y las prácticas
La autarquía femenina, llamada en el mundo sajón (“empowerment”) empoderamiento, se tornó históricamente necesaria porque las mujeres se han visto forzadas a replegarse para su defensa, construir su propio poder, en una época en que la dirigencia convencional, desde la derecha aún en buena parte desde la izquierda, ha mostrado oídos sordos al clamor femenino o ha querido imponer propuestas paternalmente.
La consecuencia más grave desde el punto de vista de la lucha popular es que ese aislamiento ha colocado a muchos grupos femeninos en un ghetto marginal y poco atrayente, con lo cual no sólo se debilitan sus propias consignas sino que se debilita al movimiento popular en su conjunto.
Por consiguiente uno de los más trascendentes problemas que deben trabajase es el de la construcción intergenérica, es decir el estudio y transformación de las relaciones de género como herramienta estratégica de la lucha por la defensa y avance de lo humano amenazado por el dominio neoliberal y la distorsión perversa del sentido del progreso y la vida misma que lo alimenta. (Breihl, citado por Velandia, 2000)
Educación de la mujer en Colombia y formación de personal de enfermería
En 1766 se fundó un Monasterio de Religiosas de María Santísima, el cual fue el primer plantel de educación para niñas. Sin embargo, hasta fines del Siglo XVIII las mujeres no iban a la escuela; recibían la instrucción de los padres y, en las clases altas, de señoras que enseñaban a domicilio. En todo caso, la escritura se enseñaba con restricciones por temor al uso que se pudiera hacer de ella.
La Ley 47 de 1928 dispuso que la nación auxiliaría a los departamentos que organizaran una Escuela Doméstica destinada a enseñar a la mujer “oficios propios de su sexo.” (Cárdenas, 1995).
En 1832 Rufino José Cuervo promovió la creación del Colegio de la Merced para la educación de las hijas de los próceres de la Independencia. Consideró conveniente mejorar la educación de la mujer, pero “sin hacer de ella sabia, pedante ni ridícula.” (Cataño, 1973).
Según Jaramillo Uribe (1982), en Agosto de 1836 había un total de 3.012 estudiantes distribuidos en las tres universidades de la Gran Colombia (Quito, Caracas y Bogotá), los veinte colegios públicos (todos para varones), y seis casas de educación. Pero aún en 1870 los 132 estudiantes que tenía la Universidad Nacional de Colombia todos eran varones. Hasta este año se dispuso la creación de una Normal (para preparar maestras) en cada capital de los estados federados. En 1872 abrió sus puertas la primera de ellas en Bogotá, con 80 alumnas.
La Obstetricia fue tal vez el área de la salud a la que por primera vez tuvieron acceso las mujeres en nuestro país. En 1881 una mujer solicitó que se le nombrara una comisión de profesores que la examinan en el ramo obstetricial, y en caso de suficiencia, le extendieran un certificado como comprobante de ella; como sucedió en efecto. (Revista Médica de Bogotá)
En 1867 se establece un curso especial teórico - práctico para Comadronas y Parteras en el Hospital San Juan de Dios de Bogotá, dictado por un Profesor de la Universidad Nacional de Colombia, y el Jefe de la Clínica del Servicio. Y en 1905, cuando se reglamenta la profesión de Medicina, se establece que: “Podrán ejercer como Comadronas las enfermeras que presenten certificados de dos o mas doctores en Medicina y Cirugía.” (Revista Médica de Bogotá No. 303, Julio de 1905).
El Código Civil de 1887 considera como trabajos específicamente femeninos, los de Directora de Colegio, Maestra de Escuela, Obstetriz, Posadera y Nodriza. (Velásquez, 1989)
Con la Ley 30 de 1903 se consolidó la formación de normales, todavía discriminadas por sexo. La educación femenina incluía costura y bordados. (León de Leal, 1977). Pero la educación de la mujer como política estatal empezó en 1920. Como dato curioso, es interesante dejar constancia de que en 1922 la mujer casada adquirió el derecho a disponer de su ropa y de sus joyas.
En 1903 nace el primer curso de enfermería en Colombia. Este año el Dr. Rafael Calvo empezó a preparar personal de enfermería en forma empírica; dicho doctor, relatan San Juan y Romero, citadas por Vergara (1975), seleccionó a la Srta. Carmen de Arco, le dio enseñanza y la entrenó con el fin de hacer de ella su mejor colaboradora. Al mismo tiempo otros médicos realizaron idéntica labor de enseñanza a otras jóvenes con el fin de cubrir una necesidad que existía en la ciudad de Cartagena. Más tarde, por iniciativa del Dr. Teofrasto Tatis como miembro de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena y por medio de la misma, se les reconoció este entrenamiento y se les otorgó el Diploma de Enfermeras.
En 1911, el Dr. José Ignacio Barberi presentó un informe a la municipalidad de Bogotá sobre escuelas profesionales que cristalizó con la creación del Taller Municipal de Artes y Labores Manuales No. 1, el cual incluía un curso de enfermería práctica en el Hospital de la Misericordia, que comenzó a funcionar en 1912 y después de cuatro años de estudios graduó un grupo de seis señoritas a quienes el municipio concedió el diploma de “Idoneidad en Medicina y Enfermería”, según relata Héctor Pedraza.
En 1917 la Escuela de Comercio y Profesorado (para mujeres), regentada por la pedagoga santandereana Virginia Moreno vda. de Díaz, otorgó el título de Enfermera a nueve señoritas. (Pedraza, 1954).
A fines de la década del 20 empezó a aparecer en Medellín una intranquilidad intelectual, que hizo que algunas mujeres se agruparan bajo la dirección de doña Maggy Villa (luego de Ortiz Rodríguez), y fundaran el Centro Femenino de Estudios, donde se reunían en tertulia semanal con todo personaje de valor artístico, intelectual o político que pasara por la ciudad. Esta entidad reclama el honor de haber sido la primera en pedir la totalidad de los derechos civiles y políticos de la mujer.
“Surge para la mujer un nuevo campo de actividades como obrera industrial, vinculación que se da desde el comienzo del proceso y con altas tasas de participación. Se extiende también la participación femenina en servicios tales como la enfermería y la docencia”. (León, 1977; citada por Velandia, 2002).
A partir del proceso de industrialización hay nuevas exigencias que requieren mano de obra especializada en labores de oficina, situación que llevó a plantear la educación comercial femenina; fue éste un sector de interés para mujeres de clase media. La instrucción comercial se comenzó a impartir en los colegios de mujeres, pero sólo hasta 1937 el Estado la reglamentó. (Velásquez, 1989)
La ley 39 de 1920 (Octubre 20), sancionada el 22 de Octubre por el Presidente Marco Fidel Suárez, estableció la enseñanza de comadronas y enfermeras en la Facultad de Medicina (Universidad Nacional de Colombia). En 1924 (Junio 7) el gobierno dictó el Decreto No. 995 por medio del cual se reglamentó la Ley 39 de 1920 sobre la enseñanza de Comadronas y Enfermeras en la Facultad Nacional de Medicina. Comenzó a funcionar el 14 de Abril de 1925. (Universidad Nacional, 1991).
Esta escuela debía preparar personal (laico) que pudiera prestar satisfactoriamente el servicio de enfermería en la capital del país, especialmente en el Hospital San Juan de Dios y “pudiera servir de núcleo a instituciones semejantes en las demás ciudades del país”. La atención de enfermería venía siendo dispensada por comunidades religiosas, inicialmente hacia 1768 por los Hermanos de San Juan de Dios, y a partir de 1873 por las Hermanas de la Presentación solicitadas por el Síndico del Hospital San Juan de Dios de Bogotá. (Velandia, 1995).
En 1927 abre sus puertas el Instituto Pedagógico Vocacional (sic) para Señoritas, el cual “hace énfasis en la educación para el magisterio como la puerta de entrada de la mujer al sistema educativo.” (León de Leal, 1977)
La incorporación de la mujer al proceso de modernización del país tuvo su primera manifestación con una Ley de 1932 que le dio el manejo de sus propios bienes patrimoniales y personería jurídica para contratar y actuar en la vida civil.
El primer título otorgado a una mujer en Colombia fue el de Médico, concedido por la Universidad de Cartagena en 1925 (parece que sin haber hecho los estudios de rigor), a una ciudadana norteamericana, que en realidad era Bacterióloga. En 1932 la Universidad Nacional abre su Escuela de Odontología, con tres años de estudios, anexa a la Facultad de Medicina. En ese mismo año se aceptaron estudiantes femeninas en odontología, sin necesidad del título de bachiller (no existía para las mujeres) y la primera se graduó en 1937. (Velandia, 2004)
Según Ciro Quiroz (2002), por la igualdad entre hombres y mujeres, en el ámbito estudiantil hizo su aparición en el año de 1.937; la nivelación empezó a buscarse en la práctica. Las aulas fueron escenario para estudiar y competir al mismo tiempo. En 1903, trescientas mujeres lideradas por Soledad Acosta de Samper, (Diego Montaña, citado por Ciro Quiroz), habían exigido al Presidente Manuel Marroquín defender la soberanía nacional en Panamá. El Partido Socialista, nacido en la Asamblea Obrera de 1919, pidió la igualdad de la mujer, postura que ratificó la convención liberal de 1922 en Ibagué.
En calidad de “reinas” pero leyendo comunicados políticos, aparecieron las mujeres en los primeros congresos estudiantiles. En 1927, los derechos de la mujer fueron debatidos por la Sociedad Jurídica de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional. El Ministro de Salubridad se había opuesto a que un grupo de señoritas estudiara literatura. Los miembros de esta Sociedad impugnaron la posición oficial con extractos de ponencias de países culturalmente más avanzados. (Carol Villamil, citada por Quiroz).
La Universidad de Antioquia había autorizado también el ingreso a la Facultad de Odontología y en el año de 1937 se graduó el primer grupo. (Helg, 1989). Según Hernández Cano (2005), de esta institución egresó Marianita Arango, la primera mujer graduada en una carrera profesional en Colombia, en lo que hoy conocemos como carrera de odontología y que entonces se llamaba dentistería. Y textualmente, nos cuenta: “Después de Marianita Arango los nombres como los de Amanda Guendica, Rosa Navarro Bernarda González (odontólogas), Berta Zapata Casas (primer mujer que recibió el título de Abogada en 1942), Yolanda Cock, Rosita Turizo (abogada), Clarita Glotman y Lucy Gaviria (médicas), María del Carmen Puerto, Luisa Velásquez, Nohemí Chaverra (ingenieras químicas), sólo para mencionar algunas”.
Hacia 1933 se autorizó el título de Bachiller para las mujeres, pero las diferencias en los programas académicos continuarán hasta 1970. El sistema electoral otorgaba derechos a las capas dominantes por medio de electores; elecciones indirectas que excluían a la mayoría de la población, que era analfabeta. En el país no hubo sufragio “universal” (masculino) hasta las reformas de López Pumarejo en 1936, y voto femenino sólo hasta 1957. (Velandia, 2002)
Pero las mujeres colombianas han estado en la vanguardia, Lucy Cohen (2001), nos cuenta que en Diciembre de 1930 se celebró en nuestro país, el IV Congreso Internacional Femenino. Las 72 delegadas de quienes se sabe que asistieron al congreso femenino, representaban a catorce departamentos colombianos, algunas naciones extranjeras y diversas organizaciones. “Las delegadas que representaban organizaciones y asociaciones colombianas con finalidades específicas, conformaban un grupo variado. Estaban comprometidas con: higiene y salud pública, sociedades filantrópicas, organizaciones de mujeres, grupos patrióticos, sociedades de agricultura, organizaciones educativas, grupos artísticos y literarios, recreación y deporte. Entre ellas se destacaban: Elvira Lleras Restrepo, representante de la Sociedad Bolivariana; Beatriz Restrepo Herrera, pionera de la enfermería, fue representante de la Cruz Roja Nacional”. (Cohen, 2001).
En 1930 Olaya Herrera agitó esta bandera que logró hacerse realidad en la administración de López Pumarejo en 1936 cuando ingresó la primera mujer a la Universidad Nacional. Gabriel Peláez Echeverri graduada como abogada en 1944 fue la primera mujer profesional en esta rama. (Livua Stella Melo, citada por Quiroz, 2002). Su vida académica transcurrió entre doscientos compañeros hombres. (Revista Examen, citada por Quiroz).
El 25 de Enero de 1937 el Consejo Académico de la Universidad Nacional de Colombia dictó el Acuerdo No. 5, por el cual se reorganizó la Escuela de Comadronas y Enfermeras que venía funcionando en el Hospital San Juan de Dios. Su nombre se cambió por el de Escuela Nacional de Enfermeras. El nuevo sitio de práctica establecido fue el Hospital San José, que había sido inaugurado formalmente en 1925, y era uno de los más modernos de la capital. (Muñoz, 1958). Se tuvo en consideración sus condiciones de organización y la ausencia de alumnos de la Facultad de Medicina. El Convenio incluía el internado en el hospital tanto para las estudiantes como para las Instructoras, aun cuando quienes supervisaban las prácticas eran las religiosas del hospital, que no siempre eran enfermeras.
El objetivo principal que la Universidad se propuso con esta nueva organización de la Escuela de Enfermeras, fue el que dependiera directamente del organismo universitario y preparar en ella un número suficiente de enfermeras que poseyeran los conocimientos teóricos y prácticos indispensables para la correcta atención de los enfermos. “Para lograr ese objeto no era posible continuar como anteriormente se había hecho... permitiendo que las enfermeras de la escuela, fueran simultáneamente estudiantes y enfermeras de los diferentes servicios hospitalarios, encargadas desde el primer momento del cuidado de las salas, porque en tales condiciones los estudios teóricos, que debían constituir la base de su preparación, quedaban necesariamente relegados a segundo plano...” (Velandia, 1992).
Tangencialmente, se hace mención a las escuelas de Servicio Social, teniendo en cuenta que estuvieron muy ligadas a la formación de personal de enfermería. La primera Escuela de Servicio Social en Colombia se fundó en 1936, anexa al Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario; comenzó a funcionar en 1937 y fue reconocida por el Gobierno Nacional, según Resolución No. 317 de 1940. (Martínez y otras, 1981).
En 1938, siendo presidente de la Cruz Roja Colombiana el profesor Jorge Cavelier, está institución fundó una nueva escuela y para organizarla y dirigirla llamó a Blanca Martí. Este fue el primer plantel cuyas labores se iniciaron con ocho horas diarias de trabajo, y no doce como era costumbre. Por iniciativa de su directora se separó de las dependencias del hospital (como funcionaban hasta entonces las demás escuelas), con el fin de que las estudiantes llevaran una vida más normal y menos propensa a las enfermedades. (Velandia, 1995).
En 1941 la Pontifica Universidad Católica Javeriana fundó una Escuela en el Hospital de la Samaritana de Bogotá, con un plan de estudios de tres años, pero sin internado. La Universidad tenía unas residencias femeninas universitarias para estudiantes de diferentes carreras. (Velandia, 1995) Según Niño y Vergara la Universidad Javeriana, bajo la dirección de la Hermana Gertrudis, abre la Escuela Doméstica y Social que al año siguiente pasar a ser Escuela de Enfermería.
En 1942 la Universidad de Antioquia abrió una Escuela de Enfermería, cuyos profesores fueron los de la Facultad de Medicina. Parece ser que de las siete señoritas que empezaron ese curso, terminaron cinco. En 1950 la Superiora Provincial de las Hermanas de la Presentación inició otra escuela de enfermería con la asistencia de once religiosas. Según la Hermana Arturo María (1989), la dirigió un año la hermana Ana María en el año 50 y a partir de 1952, fue ella. En Septiembre de 1950 el Consejo Directivo de la Facultad de Medicina la Universidad de Antioquia estableció una Escuela de Enfermeras Hospitalarias. Estaba dirigida por las Hermanas de la Caridad de la Presentación y su plan de estudios era de tres años. El 1 de Marzo de 1951 la escuela abrió sus puertas a 50 alumnas, 30 de ellas seglares y 20 religiosas pertenecientes a cinco comunidades religiosas. (De la Paz, 1963 y Callejas, 1967, citadas por Velandia, 1995).
La década del 40, trajo una profundización de la influencia del modelo higienista en salud. Con motivo de la Segunda Guerra Mundial el gobierno de los Estados Unidos decidió adelantar campañas sanitarias en cooperación con los gobiernos de América Latina. Fue así como vino a Colombia el Servicio Cooperativo Interamericano de Salud Pública – SCISP, en el año de 1943 y en su programa de labores acordó algunas campañas sanitarias como la lucha contra el paludismo, la fundación del Instituto Nacional de Nutrición y la construcción del edificio para la escuela de enfermeras. (Bejarano, 1948).
En 1942 fueron enviadas al país por la Oficina Sanitaria Panamericana dos enfermeras, las señoritas Hellen Howitt, de nacionalidad canadiense, y Johanna Schwarte, de nacionalidad norteamericana para que asesoraran en materia de enfermería al Ministerio de Trabajo, Higiene y Previsión Social, en sus campañas higiénicas – asistenciales. Fueron adscritas al Departamento de Protección Materno Infantil, dirigido por los doctores Héctor Pedraza y Luis E. Aconcha, como Jefe y Subjefe respectivamente.
El Servicio Cooperativo Interamericano coordinó esfuerzos con la Oficina Sanitaria Panamericana y la Fundación Rockefeller, para crear la Escuela Nacional Superior de Enfermeras, que concedería el título de Enfermera General, donde se fusionaban las dos grandes tendencias de la época, por un lado la formación hospitalaria que venía teniendo la escuela desde 1937 y por otro la salubrista, que se venía promoviendo desde los servicios de salud del estado. El Presidente Alfonso López Pumarejo expide el Decreto 466 del 13 de Marzo de 1943, por el cual se crea la Escuela Nacional Superior de Enfermeras, dependiente del Ministerio de trabajo, Higiene y Previsión Social y supervigilada por la Universidad Nacional. Se regiría por una Junta Directiva de 5 miembros y solamente recibiría alumnas con diploma de enseñanza secundaria (Bachiller o Normalista), convirtiéndose en la primera escuela que exigió diploma de enseñanza secundaria completa. (Velandia, 2004).
“La Escuela mantuvo convenios con el Servicio Cooperativo Interamericano de Salud Pública, la Fundación Kellogg, la Organización Mundial de la Salud y la Oficina Sanitaria Panamericana, de quienes recibió asesoría oportuna y colaboración permanente”. (Wiesner, 1976).
La Escuela de Enfermería Hospitalaria fue una de las primeras con las que se creó, en 1945, la Universidad del Valle. Se recibieron 19 alumnas de las cuales las primeras ocho se graduaron en 1948. En 1952 se estructura el Plan de estudios conducente al título de Enfermera General, con un programa de tres años. (De la Paz, 1963 y Yoda, 1991, citadas Velandia, 1995).
La segunda Escuela de Servicio Social se fundó en Medellín en 1945, aprobada por Resolución No. 1216 de 1947. Anexa a la Normal Antioqueña de Señoritas y posteriormente a la Universidad Bolivariana de la Arquidiócesis de Medellín. Mediante la ley 48 de 1945, el Estado organizó los Colegios Mayores de Cultura Femenina en Antioquia, Bolívar, Cauca y Cundinamarca. Se abrieron carreras cortas y auxiliares como: Delineantes de Arquitectura, Filosofía y Letras, Secretariado, Bacteriología, Técnicas de Laboratorio Clínico, Cerámica, Decoración y Servicio Social. (Martínez y otras, 1981).
El debate sobre la educación universitaria para las mujeres creció en 1948 durante el primer aniversario de la Escuela de Filosofía dirigida por Rafael Carrillo y acogida por Gerardo Molina. Dada la nutrida presencia de mujeres en la universidad, sarcásticamente la Revista Semana en su edición de Marzo 6, se mofó de las opositoras en una histórica crónica: “Ya escriben en latín”. (Citado por Quiroz, 2002).
En 1954 había ya 659 mujeres en la Nacional. Por esa época “el debate no se ocupó de lo intelectual, se alegó el derecho a votar, inspirándose en el reconocimiento que de la mujer había hecho el PRI de México al colocarla en pie de igualdad con el hombre para ocupar cargos burocráticos. Se criticó, sin embargo que hubiera un interés político en ‘masculinizarla’. El historiador Pedro Luis Belmonte acusó de comunistas los encuentros femeninos, sugiriendo que debían ser prohibidos por ser contrarios a las buenas costumbres.” (Quiroz, 2002).
Escobar, citado por Martínez y otras, 1981, relata que la Reforma Educativa adelantada a través del Ministerio de Higiene y Educación, Departamento de Educación Femenina, contempla la creación de instituciones para la preparación técnica del recurso humano necesario a los programas de bienestar social de la Unión Panamericana en el sector rural. A partir de 1948 se crean cinco organismos educativos, con sus correspondientes programas:
1. Escuelas Superiores de Orientación Femenina
2. Escuela de Visitadores de Hogares Campesinos
3. Escuela de Auxiliares de Enfermería Rural
4. Cursos para campesinos adultos
5. Escuela de Servicio Social Rural
Con base en la ley 25 de 1948, por decreto reglamentario de 1952, el Ministerio de Higiene y Educación reglamenta las Escuelas de Servicio Social. Establece que todas las escuelas existentes tanto oficiales como privadas, se someterán a un plan de estudios y a una revisión organizada a través de delegados nombrados oficialmente por este ministerio. Los estudios teórico prácticos para optar al título de Asistente Social y de Asistente Auxiliar de Servicio Social, comprenderá tres años incluyendo la práctica supervisada por la Escuela. El Plan de Estudios de la primera escuela fundada en 1936, era de dos años y unos campos de práctica organizados para el último año. (Martínez y otras, 1981).
En 1953, una egresada de la Escuela de Enfermeras de la Universidad Nacional, Inés Durana Samper, es la primera enfermera colombiana que sale del país a obtener el Bachellor (o Licenciatura) en Enfermería en la Universidad Católica de Washington; a su regreso es nombrada en 1957 como Directora de la Escuela, la cual fue elevada a la categoría de Facultad de Enfermería por el Acuerdo No. 1 de Enero 16 de 1958, que muy pronto facilita la aprobación del Programa de Licenciatura en Enfermería.
Inés Durana Samper, se convirtió de tal manera, en la primera Decana de la naciente Facultad. Inicialmente, se continuó aplicando el mismo plan de estudios y rigiéndose por el mismo reglamento de disciplina que estaba en vigencia. Este fue el inicio de un proceso nacional de transformación de las escuelas existentes en Facultades con programas de Licenciatura.
En el mismo año (1958) se modificó el programa de estudios y se estableció la Licenciatura en Ciencias de Enfermería, con una duración de cuatro años, divididos en ocho semestres académicos. (Velandia, 2004). En 1967 ya había seis unidades docentes que ofrecían programas de Licenciatura: Universidad Nacional de Colombia, Cruz Roja (en convenio con la U. del Rosario), Universidad Javeriana, Universidad del Valle, Universidad de Cartagena y Universidad Industrial de Santander.
A mediados de la década del 60, la Universidad del Valle empezó a ofrecer programas de postgrado en las áreas asistenciales de psiquiatría y salud mental y en materno infantil. A comienzos de la década del 70, nacieron los programas de Magister en Administración y en Educación, en la Universidad Nacional de Colombia. Que son los primeros en América Latina, con los que se abren por esa misma época en la Escuela Anna Nery de la Universidad Federal de Río de Janeiro. Así como sucedió con los programas de Licenciatura, a los programas de postgrado también se vincularon enfermeras procedentes de diferentes países, que más adelante influyeron de manera determinante en el desarrollo de la enfermería en toda América Latina.
La Universidad Nacional de Colombia realiza a comienzos de la década del 90, un estudio de factibilidad para un programa de doctorado en enfermería, que luego de un plan de fortalecimiento de sus grupos de investigación y de la preparación de un grupo de docentes a nivel de doctorado; admitió en el año 2005 la primera cohorte de estudiantes.
Lozano Simonelli en 1982, planteaba que la revolución femenina en el país se remonta al periodo de 1942 a 1962, desde cuando el tránsito de la mujer de una posición postergada y sumida a una presencia poderosa y un influjo decisivo, ha sido un proceso constante, que se consolida entre 1962 y 1982. Hasta entonces se consideraba normal que actuara en oficios para los cuales faltaban hombres en el mercado de trabajo con la condición de que fueran oficios que se adaptaran al “temperamento femenino”. León, 1977, añade que la participación de la mujer en la universidad creció de un 16% en 1960 a cerca de un 50% en 1973.
“Con el tiempo, las féminas prefirieron estudiar enfermería y odontología, luego sociología y psicología; antropología a partir de 1962 y de allí en adelante, casi por igual en todas las carreras.” (Quiroz, 2002).
La participación de la mujer en la universidad se empieza a sentir desde la década del 70, pero a finales de la década del 80, se torna particularmente importante. Según un informe de la Revista Cromos de 1989, la población femenina universitaria era ligeramente superior a la masculina (alrededor del 52%). Según un análisis de las mujeres admitidas en la Universidad Nacional de Colombia en el I Semestre de 1988, la tercera parte de las mujeres que ingresaron en esa ocasión, estaba concentrada en seis carreras: trabajo social, idiomas, enfermería, nutrición, odontología y psicología. Sin embargo, el informe mencionado de Cromos, trae datos que parecerían demostrar que la tendencia había cambiado; por ejemplo, en la Facultad de Ingeniería de Alimentos de la Universidad Jorge Tadeo Lozano el 70% eran mujeres y lo mismo sucedía en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Externado de Colombia. (Velandia, 1995).
Los cambios de valores, la mayor educación, la disminución de la fecundidad, el cambio de patrones de unión y la necesidad de complementar o asumir totalmente los ingresos del hogar, así como el menor costo de oportunidad de la educación, han hecho aumentar la tasa global de actividad económica de la mujer. (Páez, 1986).
Sin embargo, al decir de Rocío Londoño (1983), la liberación de la mujer es un proceso que implica la transformación de la mujer y del hombre, de la estructuras y de las relaciones familiares, de las relaciones sexuales, y que necesariamente está relacionada con la transformación económica, social y política.
Victoria Camps, nos dice: “Es necesario que la gente se sienta feliz haciendo felices a los demás y éste es un valor más femenino que masculino que no habría que perder, y no sólo las mujeres, hay que contagiar al hombre de este valor… Esos sentimientos femeninos de compasión, de estar más cerca del otro, incluso también un pensamiento más sagaz a los detalles de la delicadeza, de saber escuchar, se consideran valores más desarrollados por la mujer que por el hombre… esos valores son fundamentales, no deben desaparecer porque la mujer, se libere, lo que hay que hacer es que los hombres sean más femeninos.
Referencias bibliográficas
Arturo María, Religiosa O. P. Entrevista concedida a Ana Luisa Velandia, en la ciudad de Medellín, en Octubre de 1989.
Braudel, Fernand. “La Gramática de las civilizaciones”. EN: Las civilizaciones actuales. Madrid, Tecnos, 2000. Págs. 12 – 46.
Breilh, Jaime. Género, Poder y Salud. Quito: Centro de Estudios y Asesoría en Salud. 1993.
Camps, Victoria. “Hay que feminizar la sociedad.” En Semana. com., Junio 19 de 2000. Disponible en: www.semana.com/954/secciones/ZZZXV7QCB9C.asp
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