INVESTIGACION HISTORICA EN
ENFERMERIA
Conferencia central en el
Taller “Elaboración de Proyectos de Investigación Histórica en Enfermería”,
dentro del Pre - simposio organizado como parte de la programación general del VI
Simposio Iberoamericano de Historia de la Enfermería. San José de Costa Rica,
15 a 17 de noviembre de 2017.
ANA LUISA VELANDIA MORA
Enfermera General de la Cruz Roja, Licenciada en
Ciencias de Enfermería y Magister en Administración de Servicios de Enfermería
de la Universidad
Nacional de Colombia, Ph. D. en Ciencias Médicas del
Instituto de Medicina Sanitaria de San Petersburgo (Rusia). Profesor Titular y
Emérito de la
Universidad Nacional de Colombia.
RESUMEN
Esta conferencia pretende motivar a las enfermeras a
investigar sobre la historia de su profesión. En primer lugar, se presenta una
conceptualización sobre Historia: su importancia, su relación con el presente y
el futuro, su evolución en el tiempo. Luego se hacen algunas consideraciones
acerca del historiador: su formación, destrezas y virtudes. Un aparte
significativo es el análisis de la historia de las profesiones y los diferentes
enfoques que utilizan sus autores, para después presentar, en forma más
detallada, las técnicas de recolección, organización y análisis de la información,
dedicando una sección a las técnicas biográficas o historias de vida.
Posteriormente, se presentan algunas sugerencias tendientes a mejorar la
validez, confiabilidad y credibilidad de la investigación histórica. Las
reflexiones finales giran alrededor de algunas consideraciones de orden
conceptual respecto a la historia de las profesiones, y de la enfermería en
particular.
Descriptores o palabras clave: enfermería, historia,
profesión, biografía, metodología.
Conceptualización sobre Historia
Al considerar el objeto de la investigación histórica
como “un conjunto de procesos interrelacionados y dependientes de la evolución
de la sociedad”, entendemos que no se trata simplemente de saber cómo es, sino que,
además, es preciso comprender la lógica de sus modificaciones, de sus
tendencias, de las fuerzas que la impulsan y la frenan, y de las posibilidades
que encierra. Desde esta perspectiva, ningún balance exhaustivo de los datos
actuales puede reemplazar el conocimiento histórico.
Vemos pues, que el interés por la historia “no surge
de la curiosidad por descifrar el pasado, nace de una concepción del presente
como un movimiento y de la preocupación por encontrar las leyes y el sentido de
ese movimiento.” (Zuleta, 1964); por lo tanto, ésta debe entenderse como el
movimiento de todo un sistema económico - social a través del tiempo.”
(Kalmanovitz y Dussán, 1986).
La historia tal como la describe Eduardo Galeano, “es
un profeta con la mirada vuelta hacia atrás; por lo que fue, anuncia lo que será”
(Galeano, 1987). O puede ser como el pájaro mágico de la leyenda Killeyloo, que
“cuando quiera que emprendía nuevo vuelo, volaba primero hacia atrás, porque no
podría decir para donde iba, sin haber visto donde había estado.” (Brooks y Kleine -
Kratch, 1986).
Desde luego, la historia no puede desvertebrarse de lo
social. “Abordar lo social como una estructura significa, ante todo, plantear
la interdependencia de las partes como su característica fundamental. Ninguna
colección de datos aislados, cualquiera que sea su amplitud y exactitud, puede
conducir a la comprensión de un hecho social, si se olvida estudiar el sistema
de relaciones del que depende el sentido de los datos recogidos.” (Zuleta, op.
cit.)
No es raro que en medios escolares y familiares se
rinda pleitesía al mundo de las técnicas y del saber físico - matemático en que
vivimos, y se deja ver al adolescente que eso de la historia es una asignatura
aburrida que es preciso aprobar; ni más ni menos.
Es necesario hacer notar que con demasiada frecuencia
cuando se desea expresar un hecho histórico, en el afán de hacerlo con
brevedad, se reduce a un nombre y una fecha; y precisamente por eso muchos
aprendices encuentran pesada y sin interés la historia, porque algunas personas
tratan los nombres y las fechas como sustitutos del conocimiento histórico, en
vez de tratarlos como una mera notación. (Myres, 1956).
Aquí, tal vez sea oportuno distinguir entre “hechos
históricos” y “hechos del pasado”. Helge Kragh, (citada por Cardona, 1995), lo
plantea así: “Mientras que los hechos del pasado incluyen todo lo que realmente
ocurrió en el pasado, los hechos históricos son los datos que el historiador
admite que tienen una fiabilidad y un interés tales que llegan a aparecer en los
libros de historia.” De tal manera,
no todos los hechos sucedidos en el pasado logran tener una condición de
históricos, esta condición se la otorga el historiador; como son producto de
una valoración y una interpretación, corresponden a los intereses del
historiador. No hay ningún criterio que haya sido admitido de forma general
para determinar cuándo un determinado acontecimiento tiene carácter histórico
por lo tanto puede pasar a formar parte del arsenal de los hechos históricos.
El peso de lo subjetivo en la historia tiene aquí una expresión importante: la
subjetividad con que los historiadores interpretan los hechos, asignándoles
mayor o menor importancia; destacándolos y haciéndolos vivos, o condenándolos
al olvido. (Cardona, 1995).
Juana Hernández, lo plantea de esta manera: “Historia
es la ciencia que pretende desvelar, mediante el trabajo del historiador, la Realidad Histórica.
(Hernández, 1995).
Nada más legítimo que el planteamiento: “Pero para qué
sirve la historia?”, porque durante mucho tiempo se entendió que la historia
era el simple relato de los hechos del pasado. De tal manera, la historia fue,
primero relato literario, y luego relato erudito, y en ambos casos, nunca pudo
ser plenamente inocente; y la recuperación del pasado fue, durante bastante
tiempo, una justificación del mismo, una “historia oficial”.
Pero, poco a poco, fue posible darse cuenta que unos
hechos parecían más importantes que otros, y se pensó que no eran producto del
azar, que tenían una causa. Y así empezó el hombre a interrogarse sobre su pasado.
Entonces, la historia empezaba a considerarse como una memoria colectiva.
Pero la memoria histórica tardó tiempo en ser la
memoria colectiva de todo un pueblo; sólo cuando se llega a serlo, cuando el
pasado no es una simple acumulación de recuerdos, sino un conocimiento de los
hechos en sus conexiones, en su
devenir, es cuando puede decirse, en verdad, que se ha recuperado el pasado
para conquistar el porvenir. (Tuñón de Lara, 1980). O al decir de otros
historiadores: “teniendo en cuenta la
unidad del devenir, que une el presente con el pasado y las líneas
tendenciales hacia el futuro.” (Ocampo, 1995, citado por Velandia, 1995,c).
El Historiador
Resultan aquí oportunas ciertas consideraciones sobre
la formación, destrezas, y virtudes que debe tener el Historiador, tal como lo
exige el lector en una sociedad culta. Comencemos con sus conocimientos
científicos y técnicos.
Después de Marx se piensa que no se puede hacer
historia, si no se tiene un cierto conocimiento de la vida económica y de los
fenómenos sociales. Igualmente se puede decir del conocimiento del lenguaje,
como vehículo indispensable para la comunicación, y de la semántica, como
instrumento eficaz del conocimiento.
Una deformada y falsa concepción del carácter
científico de la historia, puede llevar a sacrificar no sólo la lógica, sino
también la gramática y la estética que debe tener todo lenguaje. Sin embargo,
no hay recetas en el campo del estilo, porque en este campo se interponen
formas individuales de la sensibilidad que dependen de factores inefables y de
la cultura total de quien escribe.
Jaime Jaramillo Uribe (1989), resume todo esto,
diciendo que el historiador debe tener un conocimiento de la historia general
en la cual la nuestra se halla inserta. Una sólida preparación en ciencias
relacionadas: economía, sociología, filosofía, derecho, filología, demografía,
estadística.
Pero, ante todo, se necesita simpatía por el tema, por
la materia de que se trata; pasión, dirían algunos, debe tener el historiador.
Yo creo que esto es aplicable a todo tipo de investigación, si el investigador
no ama “su línea de investigación”, difícilmente podrá hacer algo significativo
en ella. Platón creía que el asombro está en la raíz de todo saber. Imaginación
también parece serle indispensable. Jorge Eliécer Ruiz (citado por Jaramillo
Uribe, 1989), aludía a la “comprensión imaginativa.” Sin embargo, quien posee
en verdad sentido histórico, no puede imaginar situaciones ni reconstruir
atmósferas que no tengan apoyo en los hechos de la época, las situaciones y los
procesos que tratan de “historiar”, comprender y explicar. Lo cual nos lleva a
considerar otra virtud del historiador: el sentido crítico, que crea y al mismo
tiempo es creado por la historia.
Al respecto
Juana Hernández (1995), dice: “El historiador, sin el cual no puede entenderse la Historia, se acerca al
conocimiento del pasado a partir de su propio presente”. En este sentido, para
Carr (citado por Hernández), la
Historia sería: “la relación, la conjunción establecida por
iniciativa del historiador, entre dos planos de la humanidad: el pasado vivido
por los hombres de otra época y el presente en que se desarrolla el esfuerzo
por la recuperación de aquel pasado para beneficio del hombre actual y del
hombre venidero.”
Muchas veces se ha comparado su labor con la del
detective o la del juez investigador. Sólo que las sentencias del historiador
nunca podrán ser definitivas, de ahí el carácter abierto, de provisionalidad y
también antidogmático que tiene el conocimiento histórico.
Otros autores son más “permisivos” con las personas
que incursionamos en la historia sin formación académica en el área. Tuñón de
Lara (1980), dice: “Hemos visto que cualquiera, con un poco de voluntad, puede
aprender historia, incluso formar parte de un grupo colectivo de estudio y
pronto puede estar, en condiciones de hacer lecturas críticas. Hay que decir
que todo el mundo puede ser historiador.”
Ciertamente, los profesionales (en historia) tendrán
más medios a su disposición, todo el tiempo necesario, etc. y por añadidura
mayor madurez y experiencia; pero en modo alguno la exclusividad de hacerlo.
Claro, que es altamente deseable la colaboración de historiadores de profesión
no sólo con sus estudiantes y alumnos, sino con grupos o círculos de estudio de
la historia (o sectores concretos de la historia), centros de formación
permanente de adultos, etc.
Continúa diciendo Tuñón de Lara: ¿Además, quien no
encuentra entre su familia y amigos, viejos papeles, cartas, recortes de
periódicos, fotos, etc.? ¿Quién no conoce ancianos dispuestos a testimoniar
ante una modesta grabadora? Porque si se quiere recuperar la memoria del
pueblo, hay que hacerlo con la colaboración del mismo pueblo.
Y algunos autores de obras sobre la historia social de
las ciencias y las técnicas llegan a plantear que si, “en el instrumento y en
los procedimientos se materializan los conceptos que se tienen sobre la
realidad que se pretende transformar … por eso no es posible estudiar la
historia de las técnicas sin comprender el proceso de producción de las
representaciones y de los conceptos causales… y por tal razón, es el científico
de la disciplina específica quien podrá contar con los elementos para abordar
dicho asunto.” (Quevedo, en COLCIENCIAS, 1993).
De paso sea dicho que, en la Historia Social de
las Ciencias en Colombia, la mayoría de los casos presentados fueron trabajados
por los mismos científicos o profesionales de la respectiva área del
conocimiento, en algunos pocos casos apoyados por los profesionales de las
ciencias sociales, especialmente sociólogos y, tal vez, sólo en un caso por un
historiador de profesión. (COLCIENCIAS, 1993).
Historia de las profesiones
El interés por la historia de las ciencias como
disciplina autónoma es relativamente reciente, y todavía se trabaja en la
definición de su objeto y su metodología, al decir de Alvaro Cardona. Si bien
no debe caber duda de la importancia que tiene la objetividad en la historia,
no debe dejarse de lado considerar el papel que juega la participación
subjetiva de los hombres para erigir algunos acontecimientos y circunstancias
en hechos históricos, que de otra manera seguramente habrían pasado
desapercibidos.
La historia que se haga de cualquier disciplina humana
debiera tener siempre presente esto, y deshacerse de la ingenua pretensión de
que su producto es una diáfana y verdadera presentación de lo que algún
acontecimiento haya significado. (Cardona, 1995).
La
naturaleza disciplinar se caracteriza, ante todo, por la existencia de un
núcleo conceptual. El conjunto de conocimientos que configuran este núcleo
puede surgir de muy diversas formas. En unos casos, la propia naturaleza y
organización de los conocimientos establecen el estatuto epistemológico de las
ciencias básicas. En ese caso, es la propia naturaleza del conocimiento y su
organización lógica la que se impone con evidencia como ciencia.
En otros casos, en cambio, como suele ocurrir en las
disciplinas aplicadas, técnicas o prácticas, el proceso de configuración
científica procede de una manera determinada en gran medida por factores
históricos y sociales. Tal es el caso de las profesiones que, habiendo tenido
un origen práctico y asistemático, han ido organizándose a través de los siglos
como una actividad o profesión altamente estructurada, con un amplio campo de conocimientos
específicos pertinentes a esa práctica, una metodología precisa y definida y un
objeto, material y formal, perfectamente identificable. (Albert en el prólogo
al libro de Hernández, 1995).
En el campo de la Historia de las Ciencias y la Tecnología puede
encontrarse una gama de posiciones que van desde una perspectiva epistemológica internalista hasta las de
un enfoque sociológico externalista, pasando
por lo que en Colombia y en varios países latinoamericanos se ha denominado
Historia Social de las Ciencias, como una alternativa para integrar las
perspectivas enfrentadas.
La perspectiva
internalista trabaja sobre la construcción de un tipo de saberes y de práctica,
analizando los cambios teóricos y metodológicos que sustentan esos saberes y
prácticas de una disciplina o profesión (Collière, 1993), (Hernández, 1995); la
perspectiva externalista utiliza categorías de la sociología de las profesiones
para organizar la información y establecer relaciones, para entender e incluso
arriesgar explicaciones sobre las transformaciones que ocurren en el momento
dado y en un contexto determinado.
(Velandia, 1995,a)
En enfermería, desde comienzos de la
década de los 90’s podemos sentir un llamado a la historia internalista. Según
Manuel Esteban Albert, en el Prólogo a Juana Hernández (1995), la enfermería
cuenta ya no sólo con unas prácticas asistemáticas y ocasionales, sino con una historia
de los cuidados de enfermería. El proceso habitual se desarrolla mediante
una dinámica que parte de una práctica y una ejercitación ocasional ante
necesidades sociales perentorias. Luego, el proceso de organización y
desarrollo institucional constituyen su historia, y finalmente, la
sistematización de conocimientos y métodos nos sitúa ante una disciplina
científica. Y “ninguna disciplina renuncia a su historia por momentos difíciles
y negros que pueda haber atravesado”.
Resulta todavía más exacta esta
afirmación cuanto más práctica es la profesión historiada. Hasta el punto de
que algunas de las profesiones que han llegado a constituirse como disciplinas
con un cuerpo teórico propio no pueden reconocerse epistemológicamente sin el
sentido de su historia como profesión.
Marie Françoise Collière (1993), sobre
este punto aporta: “La clave de la evolución de la profesión parece estar en
aclarar la evolución de los cuidados de enfermería, no trazando un perfil de lo
que es, lo que debe ser o en lo que se debe convertir la (el) enfermera… sino
identificando la naturaleza, la razón de ser, el significado, la valoración
social y económica de la prestación profesional que se ofrece a los necesitados
de cuidados”.
La autora, en otros escritos recientes,
ha planteado la necesidad de pasar de la profesionalización al
profesionalismo. (Velandia, 1994). Entendemos la profesionalización como el
fenómeno de reconocimiento social a las ocupaciones que han logrado o buscan un
status profesional. (Rodger, citado por Velandia, 1994). Y entendemos el
profesionalismo como una de las formas más institucionalizadas de control
ocupacional, o como actitudes profesionales o atributos actitudinales, los
principales de los cuales, serían los siguientes: uso de la organización
profesional como principal referente, creer en el servicio público, creer en la
autorregulación, poseer un sentido de vocación y tener un sentido de autonomía.
(Hall, citado por Velandia, 1995, d).
Una
autora (Diana Obregón, Colciencias, 1993), dice: “En América Latina, hacer una
historia de los conceptos de las diversas ciencias referida a su construcción y
atendiendo a la lógica interna de las teorías resulta impropio, dadas nuestras
condiciones. Esta posición metodológica es la que los historiadores
anglosajones de las ciencias han señalado con el nombre de historia internalista. Tampoco se trata de llegar al extremo de
hacer una historia externalista, es decir, una historia que señale el contexto
económico, social y político del desarrollo de las ciencias (o de las
profesiones), pero que olvide el objeto mismo de la historia social de las
ciencias, sin tocar para nada el contenido.
Por su parte, Quevedo (Colciencias, 1993:220-222)
tratando de dirimir este conflicto, plantea: “Trabajar el problema de la
construcción de un objeto de estudio es comprender el proceso social de la
constitución de modelos explicativos de una realidad. Dicho problema tiene que
ser abordado por un equipo multidisciplinario y profesional, en el cual el
profesional historiador de la disciplina o profesión que va a ser estudiada
debe desempeñar un papel central, pero necesariamente apoyado por los profesionales
de las ciencias sociales, para poder encontrar la coherencia entre cada uno de
estos problemas y superar así la polémica
entre externalismo y internalismo que tiene bloqueado el futuro de diversas
disciplinas.”
Luis Enrique Orozco (Colciencias, 1993:265-266),
considera que el esfuerzo del historiador radicaría justamente en la separación
del contenido específicamente científico, del caldo de cultivo ideológico en
que se desarrolla. Más allá de una u otra posición se llegó al acuerdo (para la Historia Social de
la Ciencia en
Colombia), de trascender el externalismo y el internalismo evitando tomar el
objeto ya constituido por la sociología de la ciencia o el de cada ciencia
respectiva, e intentando - como lo postula Canguilhem, citado por Orozco - construir
un nuevo objeto de la historia social de cada disciplina de acuerdo con
criterios valorativos fundados en los desarrollos contemporáneos de la ciencia
y en concordancia con la problemática específica que se da al interior de la
ciencia y del pensamiento con las tensiones que se originan en el contexto.
“Pareció entonces necesario partir de cada disciplina, sin excluir los factores
exógenos y las tensiones que sobre-determinan su desarrollo.”
Un análisis somero de las categorías utilizadas por
los diferentes autores en la
Historia Social de las Ciencias nos permite identificar que
el criterio general de análisis fue el proceso
de institucionalización específico a cada una de las áreas del conocimiento
implicadas, al decir del mismo Orozco (Colciencias, 1993:267-273). Este
enfoque es evidente en la
Historia de la Astronomía. También fue el utilizado por esta
autora en su trabajo de año sabático (1989) “Análisis sociohistórico del
proceso de profesionalización de la enfermería en Colombia”, al cual la Editorial de la Universidad Nacional,
bautizó como Historia de la
Enfermería en Colombia (Velandia, 1995, a), para su
publicación como libro a finales de 1995.
Algunos de los “historiadores” del estudio de
Colciencias, como en el caso de la
Geología, presentan a los personajes o figuras que marcan el
desarrollo de las ciencias de la tierra en nuestro medio; es decir incluyen
elementos de lo que sería una historia biográfica de la profesión. De paso, ya
existe (aun cuando no en el trabajo que venimos mencionando de Colciencias),
una historia biográfica de la odontología colombiana.
En el caso de la Biología (Colciencias, 1993), se plantea con
claridad como se trata de fijar la atención en el momento de transición de la
botánica a la biología. En esta transición analizada, se enmarca el proceso de
institucionalización de la biología en el país.
El proceso de institucionalización, en el caso de la Psicología, es dividido
en tres periodos: de la
Colonia a principios del Siglo XX, de 1910 a 1940 (transicional) y
de 1948 a
nuestros días (profesional). Precisando, al final, algunos elementos
dinamizadores de la institucionalización de la psicología en el país.
Los “historiadores” de la Medicina dentro de este
estudio, analizan la práctica médica centrados en el estudio de las estructuras
e instituciones médicas en lo referente a escuelas y facultades de medicina y
en la institución hospitalaria. Se perciben cuatro categorías de análisis: la
producción de conceptos, la práctica médica, la investigación en el dominio
médico y la historia de las estructuras e instituciones médicas.
Desde otra perspectiva, el historiador que se aproxima
a la historia de las Matemáticas, lo hace centrando su interés en la obra de
Mutis, a partir de un problema referencial: la enseñanza de las matemáticas. De
hecho, en la historia de la enfermería colombiana, el aspecto que tal vez se ha
estudiado más (especialmente a través de Tesis de Maestría), es el de la
formación de las enfermeras. (Niño y Vergara, 1976), (Castrillón y Correa, 1985),
(Velandia, 1988, a), (Velandia, 1990, a), (Velandia, 1990,b) (Velandia,
1991), (Velandia, 1992), (Velandia,
1994).
Una perspectiva semejante pero tal vez más analítica,
es la que siguen los historiadores de la economía y la sociología. En el caso de
la Economía,
se centra el estudio en el proceso de institucionalización de la economía a
partir de 1945, cuando se hacen esfuerzos por establecer su enseñanza tanto en
el sector público como en el privado y a nivel superior.
Por su parte, el historiador de la Sociología (en este
estudio de Colciencias), analiza la obra de otro sociólogo, sobre el
“Surgimiento de una comunidad científica en un país subdesarrollado. La Sociología en Colombia
durante 1959 - 1969.”
Y de manera precisa se estudian tres fenómenos: institucionalización a nivel de
la docencia y profesionalización del quehacer sociológico; su secularización; y
las relaciones entre la sociología y el Estado.
Las técnicas (estudiaron solamente la Ingeniería y las
Ciencias Agropecuarias), siguieron esquemas de análisis similares a los
anteriores, tomando como eje de análisis algunos temas centrales que surgen del
proceso de aplicación de aquellas en nuestro medio.
Según Orozco (ya mencionado), “después de este ligero
recorrido por el conjunto de las monografías escritas y puestas a disposición
del lector desprevenido, el historiador de profesión podría señalar como una
deficiencia metodológica esta pluralidad de enfoques en el análisis de una
historia social de las ciencias y las técnicas en el país, así como también
echar de menos un encuadre general de los hechos históricos seleccionados por
el historiador de cada disciplina.”
Como acabamos de analizar, con el movimiento de la
nueva historia de Colombia se han desarrollado proyectos sobre la historia de
las ciencias, dentro de las cuales se ha incluido la medicina, pero muy poco se
ha trabajado sobre la historia de otras profesiones enmarcadas dentro del área
de las ciencias de la salud. Aunado a lo anterior, no ha habido un esfuerzo
suficientemente sistematizado por conocer “las raíces de nuestra profesión” en
el país, por parte de los mismos profesionales de enfermería.
De la historiografía colombiana se ha
dicho que a pesar de sus notorios avances ha tenido temor a lo contemporáneo.
(Quevedo, 1992). Y yo creo que esto es aplicable a la enfermería. Los cursos, o
unidades dentro de una asignatura, relacionados con la historia de la
enfermería - en los pocos planes de estudio donde se incluyen - generalmente
están referidos a la historia universal de la enfermería y a épocas muy
pretéritas; de tal manera que se habla más de la enfermería inglesa o americana
que del país y se conocen mejor los personajes y situaciones significativas de
la enfermería internacional que los propios. (Velandia, 1995, c).
Por todo lo dicho anteriormente, se hace necesario
construir una historia de la enfermería colombiana: hecha por las propias
enfermeras, analítica y no meramente descriptiva, enfocada a los hechos
nacionales y que llegue hasta el presente; de tal forma que al comparar y hacer
analogías del presente con el pasado, se construyan ejes tendenciales hacia el
futuro y así visualizar sus perspectivas de desarrollo.
La epidemiología crítica (en contraposición a la
clásica), ha formulado diversas propuestas para estudiar la determinación de la
salud colectiva. Lo que es común a todas las propuestas de análisis de la
determinación de la salud, la enfermería, o cualquier otro fenómeno social, es
la comprensión dialéctica de la unidad del movimiento biológico y social y la
concatenación entre los procesos de orden general (sociedad y reproducción del
modo de producción dominante), con los de dimensión particular (clases y grupos
constitutivos con sus formas de reproducción social) y con la esfera de lo
singular - personal. (Vasco, 1979), (Velandia, 1988, b), Breilh, 1994).
En el curso de su desarrollo esta nueva epidemiología
logró avances en la comprensión de los procesos de orden general y particular;
pero se ha trabajado menos en la relación de lo singular - personal y de las
instancias mediadoras menores, como la familia. La investigación de muchas de
esas relaciones podría realizarse mediante el empleo de técnicas intensivas
(cualitativas) que permitirían estudiar en profundidad los patrones de
estrategia familiar y de cotidianidad individual.
Esta Nueva Historia de que se habla hoy, es entendida como una ampliación del
territorio de lo que tradicionalmente hemos llamado historia, y que va hasta la
cultura como práctica, como repertorio de pautas de comportamiento, a su
condicionamiento material, a sus representaciones mentales, etc.
Después de conocer los hombres, las estructuras
sociales en que viven, cómo producen bienes, de qué manera los distribuyen, a
quiénes benefician; tenemos que comprender cómo fueron vividos esos hechos, la
manera de sentirlos que tuvieron esos hombres, así como sus medios materiales,
las relaciones entre hombres y cosas, hombres y entornos, hombres y
herramientas, hasta penetrar en su vida auténtica, la “cotidianidad”. (Tuñón de
Lara, 1980).
Indudablemente aquí tiene cabida la historia de la
familia (como unidad de producción, de consumo y de reproducción ideológica),
la historia del barrio, de la vereda, de las personas, la historia de la
sexualidad; pero también la historia de la alimentación, de los muebles, del
clima, del vestido, etc.
Técnicas de recolección, organización y análisis de la
información
A la pregunta metodológica: ¿Y cómo se escribe la Historia?, Tuñón de Lara (1980), responde: en
primer lugar, “escribir” la historia es el último acto de un largo proceso de
elaboración. Lo primero es escoger el objeto
de la investigación histórica, esto es, un conjunto social más o menos
grande, situado en el espacio y en el tiempo.
La historia en nuestro tiempo es materia pensable, que
se puede racionalizar. Se piensa, pues, el objeto, partiendo del aparato
conceptual y de las categorías que ya poseemos (de las cuales todo historiador
parte, incluso involuntariamente, cuando cree partir de cero).
Pertrechado con su hipótesis
de trabajo, cadena de hipótesis, e incluso “modelos” en los que se incluyen
las estructuras del conjunto que se propone investigar, sus interrelaciones,
sus variables, etc.; el historiador se lanza a la búsqueda y captura de la
materia prima, de las fuentes:
documentos, testimonios, objetos diversos, fotografías, etc., etc.
La recolección de esas fuentes será larga y prolija;
luego vendrá la crítica, que deberá ejercerse con rigor, para no caer en
ninguna trampa. Y una vez recolectadas las fuentes y hecho su repertorio
(inventario), serán clasificadas de acuerdo al plan establecido y se pasará a
su “explotación”; por ejemplo, de un censo de población se obtiene una
clasificación socioeconómica o socioprofesional; (o digo yo, de unos títulos o
diplomas, se puede intuir un enfoque conceptual de la formación). (Tuñón de
Lara, 1980), (Ocampo, 1995).
En cada investigación el historiador utiliza una serie
de Unidades de Análisis; a través de
ellas las fuentes van respondiendo a las cuestiones de la hipótesis (o modelo
conceptual), para ver si se confirman o no las variables desconocidas que se
habían supuesto.
Obtenidas las respuestas, se integran
todas ellas en un esquema coherente, a partir de ahí, si se escribe la
historia. Este escrito, desde luego, tiene formas diferentes, según se
trate de comunicar por primera vez los resultados de una investigación o de
poner en conocimiento de un público más extenso de lectores los resultados ya
comprobados; es decir, se puede llegar a crear un libro de historia, a partir
de conferencias, ponencias, artículos. Como en toda ciencia, se da primero el
nivel de investigación; luego llega el de extensión o divulgación. Y
generalmente, entre estos dos niveles, hay una etapa de socialización en
grupos.
Para responder a la pregunta: ¿Cómo ha podido saber lo que va a escribir?, el historiador no
tiene más que narrar el proceso de producción (que es al mismo tiempo, de
recuperación de la memoria colectiva o social), que de manera muy somera,
acabamos de plantear.
Aquí es necesario tener en cuenta que los antecedentes
(épocas previas a la estudiada, aspectos relacionados con el tema de estudio,
conceptualizaciones teóricas o sugerencias metodológicas consultadas, etc. ),
son más para el dominio particular del investigador, para su mejor conocimiento
del objeto de estudio, y por lo tanto no tienen por que aparecer en el Informe
Final de la
Investigación. En éste, debe aparecer ante todo el aporte del investigador, su análisis,
como quien dice, la interpretación de los datos recogidos por un “artesano más
o menos fino.” (Tuñón de Lara, 1980).
De lo contrario, se haría una “reconstrucción de los
hechos”, pero ya sabemos que la historia pretende ir más allá: ya que la historia no se escribe, se construye. Al
decir de Kragh, (citada por Cardona, 1995), los datos históricos como tales, no
se encuentran en el pasado, sino que son construidos, es decir el historiador
les da la categoría de “hechos históricos.”
Desde el momento mismo en que se le da a un
acontecimiento la connotación de “hecho histórico”, queda entreabierta la
posibilidad de la polémica. La primera cuestión que puede suscitar la discusión
tiene que ver con las razones que asisten al historiador para contemplar ese
acontecimiento como un hecho histórico. ¿Por qué razón episodios aparentemente
banales llegan a ser objeto de gran interés para algunos historiadores?
(Cardona, 1995).
Por otra parte,
puesto que el informe de una investigación histórica no es una “acumulación de
conocimientos”, conviene saber claramente qué parte de cada historia ha sido
cosechada en bruto (de primera mano) por el autor, y cuál otra estaba ya
elaborada y ha sido integrada por él en la obra.
Lo más importante para el ensayista historiador es la interpretación resultante de la
correlación de los hechos, como resultado final de sus reflexiones, apoyadas en
una sólida base del conocimiento pasado; es decir no puede basarse en las solas
elucubraciones, sino en el rigor científico propio de su método. (Ocampo,
1995), (Tuñón de Lara, 1980).
Tampoco una redacción de historia es una “hilera de
datos ensartados”. Van Dalen y Meyer dicen que los historiadores no reúnen
documentos y vestigios de manera azarosa para someterlos luego a una intensa
crítica y presentar luego al público una masa de hechos (nombres, sucesos,
lugares, y fechas) como si fueran “las cuentas de un collar”.
El historiador va buscando esos datos complementarios
que alcanzarán su valor al relacionarlos con la columna vertebral (el objeto
estudiado) y también entre sí, formando con él toda una trama o tejido
histórico y todo ello situado en las medidas de su tiempo: estructurales y
coyunturales. De esa manera se obtendrá un auténtico saber histórico, y se podrá transmitirlo.
Hemos dicho que en la base del manejo de las fuentes o
materia prima de la historia está el “aparato conceptual”. Veamos: la práctica
de la investigación histórica ha hecho posible que, poco a poco, se formen
conceptos abstractos (cuyas raíces han sido la repetición de lo concreto), que
luego sirven a manera de grandes moldes en que vaciar el contenido o
“precipitado” de cada realidad histórica. Así tenemos entonces, “estructura” y
“coyuntura”.
Lamamos estructura,
en general, a un conjunto de partes o elementos que actúan mutuamente unos
en otros y que no pueden comprenderse sino en esa interacción mutua; y llamamos
estructura histórica o social a un
conjunto de grupos sociales (clases, fracciones de clase, categorías
socioeconómicas y socio profesionales, etc.) con sus relaciones mutuas, de todo
orden (económico, político, jurídico) que sólo son inteligibles a partir de esa
dependencia recíproca. Por ejemplo, no es posible conocer una clase social sin
comprender la naturaleza y funciones de las restantes. De tal manera, la noción
de lo duradero, de la estabilidad, lo que parece que “sigue como siempre”, va
implícita en la idea de “estructura histórica y social”.
Las contradicciones estructurales existen de manera
potencial o subyacente de manera consustancial, en el convivir de los hombres
en sociedad. Esas contradicciones llevan a una constante de la historia: la
conflictividad. Pero mientras que la estructura comprende una situación
conflictiva potencial, la coyuntura supone
la expresión abierta y manifiesta de esa conflictividad, que puede llevar al
cambio estructural; la coyuntura (al decir de Pierre Vilar, citado por Tuñón de
Lara, 1980), no crea las contradicciones de la estructura, sino que las revela.
(Es decir, dicho de otra manera, “agudiza las contradicciones”). La coyuntura
tiene una duración más o menos breve, pero no hay que confundirla con el simple
acontecimiento histórico, por más que
en ocasiones puede alcanzar valor simbólico.
Fernand Braudel hace un aporte relevante en el intento
de dar una matización del tiempo histórico, al distinguir diferentes ritmos en
el decurso histórico. Es decir, que los ritmos de la historia no son los mismos
para los diversos fenómenos de la sociedad y por eso Braudel habla de una
diversidad del tiempo histórico con periodos de corta, mediana y larga duración.
(Braudel, 1986).
Y de ahí, que cuando se estudia un proceso desde
diversas ópticas, el asunto de la periodización es fundamental (Tirado Mejía,
1989); ya que como expresamos en la conceptualización inicial: “el objeto de la
historia es un conjunto de procesos interrelacionados y dependientes de la
evolución de la sociedad.”
Yo creo que el papel del historiador justamente está
en establecer esos criterios de periodización, es decir en identificar los
“ritmos” propios de su objeto de estudio.
Partiendo, entonces, del trabajo histórico concreto
con una materia prima documental, se ha llegado: por un lado, a crear un objeto
formal abstracto teórico, y por otro, a observar un objeto histórico concreto e
individualizado, para cuyo estudio sirve de punto de referencia el modelo
abstracto.
Emilio Quevedo habla de la importancia de la
“importancia de la comprensión de las relaciones existentes entre el contexto
nacional y social y el significado de la ciencia, en cada momento.” (Quevedo,
1993).
Larissa Lomnitz plantea que los elementos principales
de la identidad profesional (o científica) son de dos clases: los primeros son
residuales, recogidos de la tradición histórica que puede ser milenaria; y los
segundos, son contemporáneos o añadidos en etapas más recientes. (Martínez y
otros, 1985).
Estos conceptos básicos señalados son las pautas sobre
las que trabaja el historiador, y sirven para que éste tenga un método, sin el cual mal puede intentarse
realización científica alguna. Podríamos entonces, definir nuestro método, como
el conjunto de operaciones intelectuales de ordenación y evaluación de la
materia prima de la historia.
A partir de los métodos (y no a la inversa), aplicamos
unas técnicas a esa materia prima;
las cuales son de comprobación, de sistematización, de cuantificación y de
comparación, que nos permiten ir conociendo los datos históricos y sus
relaciones. Las técnicas de trabajo utilizadas tienen sus raíces en los
principios del método seleccionado.
Como toda obra de creación, la historia parte de una
“materia prima” que el historiador trabaja con sus propias herramientas. Esta
materia prima suele llamarse fuentes.
Las fuentes en la investigación histórica,
son todo documento, testimonio u simple objeto, que sirve para transmitir un
conocimiento total o parcial de hechos pasados.
Sin embargo, hay que tener mucho cuidado en distinguir
lo que es la fuente verdaderamente histórica, llamada, por lo tanto, fuente primaria; y lo que es la
bibliografía, es decir escritos de otra persona sobre el mismo tema, y cuyo dato
es ya de segunda mano para el investigador, por lo cual es llamada también, fuente secundaria.
Se consideran como fuentes primarias: el testimonio de
los propios “actores” del fenómeno estudiado o de testigos oculares de los
hechos o de personas que hayan oído hablar de ellos; también los objetos reales
que se usaron en el pasado y que se pueden examinar de manera directa.
Igualmente, archivos preservados con la intención
transmitir información
Archivos oficiales: documentos legislativos, judiciales,
ejecutivos o académicos.
Archivos personales: diarios, cartas, notas, etc.
Tradiciones orales: mitos, cuentos, rituales,
ceremonias, etc.
Archivos gráficos: fotografías, películas, pinturas,
esculturas, etc.
Materiales publicados: (si se analizan como fuente de
“primera mano” y no como bibliografía), artículos, trabajos literarios y
filosóficos, etc.
Archivos audiovisuales: grabaciones, videos.
Objetos procedentes del pasado: máscaras, armas,
equipos, instrumentos, uniformes, etc.
Restos o vestigios físicos: edificios, muebles, joyas,
vestidos; textos, contratos, boletines; notas, dibujos. Por ejemplo, un
formulario en blanco puede ser un vestigio, ya diligenciado se convierte en un
documento. (Van Dalen y Meyer, s.f.).
La clasificación de una fuente como primaria o
secundaria, depende en gran parte de la explotación o utilización que el
investigador haga de ella; por ejemplo, un artículo o un libro son, en general,
fuente secundaria (bibliografía), pero pueden convertirse en fuente primaria,
si lo que se está estudiando es la producción científica de un grupo
profesional, de una región, de una época.
En cuanto a las otras fuentes (diferentes a los
documentos), hay que buscarlas en los más diversos sitios: los archivos
institucionales, los ficheros y catálogos, los índices de publicaciones
periódicas, las bibliografías, las bases de datos, las reseñas históricas, las
tesis y trabajos de grado, las publicaciones que incluyen informes sobre
trabajos de investigación, proporcionan valiosos indicios en la búsqueda
preliminar de datos históricos.
La búsqueda inicial con frecuencia se hace examinando
fuentes secundarias, pero para el historiador el objetivo final de esta
búsqueda será el de localizar las fuentes de carácter primario. El historiador
puede valerse de las fuentes secundarias para obtener una visión global del
campo del que forma parte su problema de estudio, para acumular antecedentes y
para formarse una idea del marco general en que deberá desarrollar su trabajo,
pero como ya dijimos antes, esta información no es necesario que quede
consignada como tal en el informe final de su trabajo; pero como elemento de
análisis que es, seguramente irá modificando el esquema inicial al ir confrontando estos datos generales con los
hallazgos en fuentes de “primera mano”.
Es posible descubrir datos importantes que alimentan
el marco conceptual, conversando con “veteranos” de la profesión, visitando
escuelas, hablando con sus estudiantes, examinando correspondencia, manuscritos
y archivos (de textos o fotográficos) de los profesionales pensionados
(jubilados), estudiando los informes y registros oficiales y de instituciones
privadas. (Van Dalen y Meyer), (Velandia, 1995, b).
Con la corriente de la Nueva Historia,
toman mucha importancia las fuentes
orales. Directas, suministradas por las personas que estuvieron vinculadas
a los hechos en calidad de participantes (actores) o testigos; o indirectas,
las que transmiten la información de manera colectiva, a través de una “cadena
transmisora”, o de carácter impersonal. (García, 1979).
La historia de vida ocupa un lugar
central dentro de las prácticas de la historia oral. Forman parte de la
historia oral los cuentos populares, las canciones, los refranes, las leyendas,
los ritos y los rituales, las prácticas domésticas y extradomésticas, los
hábitos particulares y colectivos que organizan la vida de las diferentes
comunidades. Las canciones infantiles, los juegos con los que se va educando a
los más jóvenes, la relación con el tiempo y los tiempos del hacer y del ser…
son todos ellos, elementos a tener en cuenta desde la perspectiva de la
historia oral.
Pero la historia de vida, dada su
particularidad de producción, se sitúa en una posición privilegiada ya que, a
primera vista, resulta obvio que implica mucho más que la no poco meritoria
tarea de recopilar, elegir, ordenar e interpretar documentos de diversa índole.
(Delgado, J. M. y Gutiérrez, J., 1997).
La salud y la calidad de vida estarían profundamente
ligadas a ese proceso de acercamiento y conquista de los valores esenciales de
lo humano y no sólo a la satisfacción de necesidades individuales. He aquí un
campo de aplicación importante para las técnicas intensivas como las historias de vida.
Breilh considera que esta nueva tendencia en la
investigación en salud, frente a las modalidades “extensivas” de encuesta y
cuantificación, es un efecto de la influencia de las ciencias sociales y la
consecuente pérdida de la influencia de las “ciencias de la naturaleza”.
(Breilh, 1994).
Una línea importante de avance de la crítica al
empiricismo es la recuperación de ese rico instrumental generado principalmente
por la antropología, la etnografía y la historia, que son las técnicas
biográficas de evocación y análisis del discurso.
Es necesario clarificar las distintas formas en que es
posible estudiar el discurso: como estructura, - expresión cultural o ideológica -
(lingüística y antropología); y como comunicación
(crítica literaria, sociología, hermeneútica - interpretación).
Las técnicas en las cuales se ha concentrado la
experiencia en salud son las que se requieren para la evocación del lenguaje o
información textual (entrevista), historias y relatos de vida, observación participante,
frases incompletas; y aquellas que se emplean para el análisis de los textos en
cuanto comunicación (análisis de contenido y análisis de discurso).
Desde la perspectiva de un pensamiento social avanzado
pueden reconocerse tres vertientes de análisis
cualitativo:
- Análisis de contenido
Análisis de expresión
Análisis de relaciones
Análisis de evaluación o representaciones
Análisis de enunciación
Análisis temático
- Análisis de discurso: diferente al análisis de texto.
Ejemplo: Análisis del “discurso amoroso” en los medios de comunicación masiva.
(Thomas, 1994).
- Hermeneútica - Dialéctica: grandes sentidos de textos
trascendentales.
Una de las expresiones del rechazo al empirismo de las
encuestas surgió desde la vertiente cualitativista y, dentro de ésta, una de
las técnicas más empleadas en salud, especialmente en su relación con el
trabajo, ha sido las historias y relatos
de vida.
Daniel Bertaux (citado por Breilh, 1994), sociólogo
francés, es uno de los científicos que desde la corriente europea, más han
aportado en los últimos años a la implementación de las técnicas de Historias
de Vida. (Bertaux, 1992, 1992a).
Este enfoque tiene un carácter histórico (dado por la
temporalidad del relato individual), un carácter dinámico (porque captan las
estructuras de las relaciones sociales) y una dialéctica (porque confrontan
continuamente la teoría y la práctica).
Técnicas biográficas
El uso de las Técnicas
Biográficas o Historias de Vida se inicia desde comienzos de siglo en
Estados Unidos y Polonia. Sin embargo, el punto de referencia obligado es la
novela de Oscar Lewis (Los Hijos de Sánchez), publicada en 1961. (Balán, 1974).
A partir de la década de los 80’s resurge el interés
por este tipo de técnicas; esta tendencia parece corresponder al
fortalecimiento de las tendencias culturalistas y de la fenomenología.
Existe la preocupación acerca de que el hecho de
enfocar individuos podría significar una sobrevaloración de lo individual sobre
lo grupal o societal. Por lo tanto, las bondades de esta técnica de historias
de vida son evidentes siempre y cuando, se obligue y explique la interpretación
de sus resultados a la luz del marco conceptual histórico del grupo y la
sociedad. (Córdova, 1990).
En realidad, lo que se puede observar por medio de
estas técnicas son los “patrones de individualización” de las prácticas y concepciones.
Y además no se deberían levantar sólo las historias de vida, sino análisis de
la historia y movimientos de los grupos (familias, grupos laborales,
vecindario) a quienes están ligados los informantes; conformando así una historia local.
En síntesis, las historias de vida se deben utilizar
como una herramienta para profundizar en el conocimiento de ciertos dominios
dentro de un marco conceptual integral, y no como una expresión de
“individualismo”.
Sandoval en su libro sobre Investigación
Cualitativa (1.997), al hacer un análisis de los enfoques y modalidades de
investigación cualitativa, analiza las cinco aproximaciones que él considera
más significativas. Desde la perspectiva interpretativa: la etnografía, la
etnometodología y la hermeneútica, y desde una perspectiva explicativa, la
investigación acción y la teoría fundada.
Sandoval menciona el interaccionismo
simbólico o sociología cognosctiva, y la fenomenología como fundamentos
teóricos generales o pilares conceptuales de la investigación cualitativa.
Dentro de este esquema, las historias de
vida se desprenden de la fenomenología. En contraste con la etnografía, en las
historias sociales y las historias de vida, su preocupación principal ya no
gira exactamente alrededor del problema de la cultura como núcleo aglutinador
del análisis. Las historias de vida se ligan inicialmente a la producción
literaria y la historiografía tradicional, pero luego se convierten en una
herramienta de gran valor para el desarrollo de la historia social de carácter
crítico. (Sandoval, 1997)
Si
se tienen en cuenta los diversos problemas o dimensiones de las historias de
vida, se pueden establecer tres etapas principales para el conjunto de
procedimientos de la historia oral: el antropologismo conservacionista, los estudios
de marginación y el estudio de las sociedades complejas. (Delgado y
Gutiérrez,1997)
La primera etapa va desde principios de
siglo hasta los años 30, y se considera como del antropologismo
conservacionista, ya que en esta etapa las historias de vida están
fundamentalmente orientadas y alentadas por la práctica antropológica. El
ejemplo primero y fundacional es el de Thomas y Znaniecki El Campesino
Polaco en Europa y América. Pero este caso fundacional en el campo de la
sociología coincide con una serie de desarrollos de la antropología en los que
se da importancia, fundamentalmente, al documento. Esta primera tradición
antropológica entiende que la historia oral (oral history) incluya no
solamente el discurso hablado de la gente, sino las cartas, los documentos en
el sentido más amplio, los indicios, todos los materiales que transmiten una
información de cómo ese grupo elabora su historia. Mientras que el relato
oral (oral story) supone la narración, el proceso mismo de la identidad
contada. (Delgado y Gutiérrez, 1997).
La segunda etapa y modalidad de la
historia oral y de las historias de vida, la fase de los estudios de
migración continúa la saga emprendida por los conservacionistas, pero en
sus aplicaciones y sentido último dará un giro importantísimo. El principal
tipo de aplicaciones de la historia oral tiene que ver con los estudios de las
poblaciones marginadas y de la desviación. En esta etapa tenemos también una
obra emblemática o ejemplar: el estudio de Oscar Lewis Los hijos de Sánchez.
Se desplaza la preocupación por las historias del conservacionismo
antropológico de la primera época hacia las formas de interacción social que
pueden tener repercusiones prácticas de cambio en la condición y situación de
los marginados.
Pero también el giro teórico de las obras
de esta época pone aún más de manifiesto el valor de la biografía como
correlato de las dimensiones de lo “sociocultural” y lo “socioestructural”. La
vida peculiar de las personas no es un elemento externo; las biografías tienen
una dimensión estructural y no son un accidente de la interacción, porque en
ellas se elaboran, precisamente, los elementos que van a servir para orientar
la acción, no solamente individual sino colectiva, grupal, de clase, de género.
La ampliación de las aplicaciones de las
historias de vida trata de dar cuenta no de lo exótico o lo desviado, sino de
grupos y poblaciones dentro de los segmentos medios que dan, en expresión de
Ángel de Lucas, la tonalidad media de una situación concreta.
Delgado y Gutiérrez hablan de tres
modalidades de producción de las historias de vida y la historia oral: una,
positivista, otra interaccionista y una tercera, de carácter dialéctico.
La visión positivista documental,
toma las historias como indicio de un momento, de un sistema o de una formación
social. Se toman como documento positivo.
En el lado contrario, estaría la
aportación de la perspectiva interaccionista, en la que no es tanto el
valor del indicio cuanto la interpretación de las historias de vida desde el
punto de vista de la construcción dual de situaciones: el tu y yo, el cara a
cara. Toda la reflexión se acumula sobre el hecho de cómo se constituye la
conciencia reflexiva del emisor y del receptor como un otro de interlocución.
Cabe una tercera perspectiva del proceso
de producción que pretende alcanzar un carácter dialéctico, en la que
las historias de vida se entienden como historias en un sistema. Es decir, se
entienden como las historias de un sujeto, individuo o grupo, que se construye
en las determinaciones del sistema social. Las historias se construyen en un
sistema social determinado y por lo tanto surgen de las redes productivas e
interactivas del mismo. Vuelven sobre ese sistema para nombrarlo, en la medida
en que ese discurso puede circular en la memoria de los sujetos y los grupos
(de edad, clase, género, etnia). (Sandoval, 1997)
Si relacionamos estas tres formas de
entender el proceso de producción de las historias, cabe una correlación de la
perspectiva positivista con el interés por la conservación; de la
interaccionista por los de la marginación; mientras que la perspectiva
dialéctica que las media, entiende las historias de vida como testigos y
elementos del conflicto. (Delgado y Gutiérrez, 1997), (Velandia, 1995, b).
En consonancia, se distinguen tres
modalidades de interpretación, que son tres perspectivas sobre la relación
entre producción, dimensiones y recepción de los relatos: la perspectiva
estructuralista, el modelo hermenéutico y la comprensión escénica.
Este enfoque
tiene un carácter histórico (dado por la temporalidad del relato individual),
un carácter dinámico (porque captan las estructuras de las relaciones sociales)
y una dialéctica (porque confrontan continuamente la teoría y la práctica).
Daniel Bertaux (citado por Breilh, 1994),
sociólogo francés, es uno de los científicos que desde la corriente europea,
más han aportado en los últimos años a la implementación de las técnicas de
Historias de Vida. (Bertaux, 1992, 1992a).
En los setentas habrá un acuerdo de los historiadores
en la diferencia entre oral history y oral story, pero se trata de una
diferencia y complementariedad que se plasma en el trabajo de los primeros
psicólogos culturales y de los antropólogos.
En el mismo sentido, en 1970 Norman Denzin (citada por
Breilh, 1994), acuñó los términos life stories y life histories, el
primero referido a las narraciones o relatos simples y espontáneos, mientras
que el segundo implicaba además un trabajo histórico con uso de otros
documentos de apoyo.
Daniel Bertaux distingue entre estudios socio estructurales y estudios socio simbólicos. Los primeros buscan reconstruir las relaciones
estructurales y estratégicas de reproducción más amplia por medio de
entrevistas semidirigidas; los segundos, buscan establecer las representaciones,
sistemas de valores, actitudes y simbolizaciones de la vida de los individuos.
De ese modo surgieron modalidades que Lucila Reiss y
María Bueno (citadas por Breilh, 1994), sintetizan así:
Relatos o narraciones de
vida: obtenibles por
medio de entrevistas en las que el investigador interfiere en el mínimo
posible, iniciando con una pregunta del tipo: “hábleme sobre su vida.”
(Bertaux, 1992,a).
Relatos sobre aspectos
específicos de la vida:
dando la misma libertad al entrevistado, pero sobre un aparte específico de su
vida. (Sánchez, 1993), (Londoño y Restrepo, 1995), (Londoño y otros, 1996),
(Barreto y Puyana, 1996).
Método (técnica) biográfico: se confrontan el investigador con su
proyecto definido y el entrevistado quien acepta relatar algo de su existencia
de acuerdo con las demandas del investigador. (Bordieu, 1986), (Londoño, 1992).
Respecto al muestreo, Bertaux aduce la conveniencia de
utilizar la técnica de “bola de nieve” o “saturación”, basada en la experiencia
de que la primera entrevista ofrece mucha información, la segunda añade algo y
así sucesivamente, hasta que se llega a un punto en que las nuevas entrevistas
ya no aportan nada significativo para los intereses del estudio.
Para alcanzar representatividad
de la muestra (no cuantitativa o morfológica, sino sociológica), debe
conseguirse una diversificación de los informantes. Aquí, hay necesidad de
tener en cuenta que cada uno de los distintos criterios de representatividad
tiene una significación diferente, conforme a los intereses del estudio.
El análisis consiste, entonces, en el proceso de
“armar” las partes recogidas en las historias de vida individuales para “formar
la imagen del todo” y su movimiento, su devenir, sus interrelaciones
estructurales. (Breilh, 1994).
Validez, Confiabilidad, Credibilidad
Algunos creen que a través de la investigación
histórica no existe la posibilidad de producir datos científicamente
confiables. Nada más lejano de la realidad. Los historiadores modernos son
científicos, porque: 1) examinan sus fuentes de manera crítica, y 2) formulan
hipótesis cuidadosamente; sólo que tropiezan con mayores dificultades (Van
Dalen y Meyer), que los científicos “de la naturaleza”, especialmente en:
a) Examen
crítico de las fuentes:
Si no se pueden hallar informes adecuados, basados en
la observación directa o en informaciones proporcionadas por testigos oculares
confiables, o si se interesa por las causas, motivaciones o influencias de un
suceso o por los procesos generales y los juicios de valor; resulta difícil para
el investigador lograr una absoluta certeza científica.
En los estudios históricos, “la duda es el comienzo de
la sabiduría”, por ello el investigador debe someter sus fuentes a una rigurosa
crítica externa e interna, a fin de proporcionar a la sociedad un relato o
recuento verídico de los sucesos pasados.
Crítica externa. Se refiere a la determinación de la época,
lugar y autoría del documento y procura restaurar la forma original y el
lenguaje empleado por el autor de una fuente primaria.
El investigador se debe formular infinidad de
preguntas hasta determinar cuándo, dónde y por qué fue producido un documento o
vestigio y verificar quien fue su autor. Cuando examina un documento o vestigio
para determinar su autenticidad, el investigador podrá realizar su tarea con
mayor éxito si posee un nutrido bagaje de conocimientos sobre historia,
filología, antropología, sociología, economía, filosofía, arte, literatura,
etc.
Crítica interna. Tiene por objeto determinar el
significado y la confiabilidad de los datos que contiene el documento. Su
finalidad consiste en determinar las condiciones en las que se produjo el
documento, la validez de las premisas intelectuales sobre las que se basó el
autor y la interpretación correcta de los datos. (Van Dalen y Meyer).
Ejemplos de crítica:
Se pensaba que desde 1.903 venía funcionando la Escuela de Enfermeras de la Universidad de
Cartagena. Se logró confirmar que un grupo de damas recibió Diploma en 1906,
(firmado por una serie de médicos, los cuales todos eran en ese entonces,
profesores de la Facultad
de Medicina); pero que la
Escuela formalmente no se organizó hasta mediados de la
década del 20.
Alguien escribió en un artículo de mucha circulación
el nombre de una escuela como Escuela de Enfermeras Visitadoras de las
Señoritas Sáenz Londoño. Se constató que en realidad fueron dos escuelas
creadas por la misma época, una era oficial, la Escuela Nacional
de Enfermeras Visitadoras, y la otra era privada, la Escuela del Centro de
Acción social Infantil de las hermanas Isabel e Inés Sáenz Londoño.
Se creía que el primer diplomado en Enfermería en el
país había sido un Licenciado de la
Facultad de Enfermería de la Universidad Nacional,
por cuánto esta Unidad docente fue la primera en admitir hombres en la carrera;
sin embargo, se comprobó que la
Escuela de Enfermeras de la Universidad del Valle,
por tener en ese entonces un programa de 3 años, fue la primera en diplomar
hombres como Enfermeros. (Velandia, 1995, a).
b) Elaboración
de hipótesis:
Los tipos de hipótesis y los procedimientos de prueba
que usa el historiador difieren, por lo general, d aquellos que emplea el
“científico de la naturaleza”.
Como el historiador trata de identificar las
condiciones que probablemente precipitaron un suceso; presentará una serie de
explicaciones para un fenómeno determinado, o establecerá cierta jerarquía en
las causas, que indique las relaciones existentes entre ellas.
Para elaborar trabajos valiosos, los historiadores
buscan las conexiones ocultas, las pautas fundamentales o los principios
generales y de esa manera procurar explicar y describir las interrelaciones estructurales que
existen entre los fenómenos, es decir, yendo más allá de las relaciones
“coyunturales” u obvias.
Además, informan al lector acerca de sus objetivos y
de sus posiciones políticas, filosóficas, sociales o de cualquier otro factor
que pueda influir en la selección y análisis de los datos. (Van Dalen y Meyer).
El marco establecido por sus hipótesis orientará la
organización sistemática de su material según un orden, que puede ser
cronográfico (por etapas o épocas), geográfico (por regiones), temático
(formación, práctica, desarrollo científico, organización gremial), o bien una
combinación de algunos o todos ellos.
El historiador no puede sacrificar la exactitud en
aras de la elocuencia; pero si desarrolla sus habilidades tanto críticas como
creativas, puede aprender a redactar narraciones lúcidas y lógicas, pero llenas
de vida. Este es un punto muy importante, para evitar “ladrillos”, que no sean
atractivos al lector.
c) Observación
y experimentación:
La confiabilidad de un informe de investigación histórica
se determina no sólo por la actitud crítica con que el investigador examinó sus
fuentes, sino también por el grado de información que posea con respecto al
pasado y al presente; ya que un hombre se desgasta infructuosamente, si
pretende entender el pasado, pero ignora por completo el presente.
La investigación histórica surge de un buen
conocimiento del presente, el cual genera inquietudes o problemas acerca de sus
antecedentes, causas, influencias, etc.
d) Terminología
técnica:
La inexistencia de un vocabulario técnico definido con
claridad, con frecuencia constituye un punto débil de la historia de
determinadas áreas del conocimiento, especialmente en las ciencias sociales.
e) Generalización
y predicción:
Sobre la base del análisis de los hechos históricos;
de la misma manera que los científicos de la naturaleza, los científicos
investigadores de la historia consideran que es posible formular generalizaciones
de amplio alcance y se pueden describir y formular leyes que expliquen los
sucesos humanos (leyes del desarrollo social).
Reflexiones finales
Finalmente,
considero necesario hacer algunos planteamientos de carácter conceptual, acerca
de la historia de las profesiones.
Si bien el análisis de los condicionantes económicos
es ineludible para comprender el desarrollo de las ciencias y de la historia de
las ciencias, él sólo no podría dar explicaciones completas. Algunos autores
(Cardona, 1995) proponen para un apropiado proceso de búsqueda de la
explicación del desarrollo científico, se recurra a la exploración de la
importancia que ha tenido en el proceso de la ciencia lo que se ha llamado
paradigmas.
Acogeremos el concepto de que un “paradigma es un
sistema articulado de ideas, socialmente aceptado por un largo periodo de
tiempo, con fundamento en el cual se interpreta la naturaleza y la sociedad y
sirve de herramienta conceptual en los esfuerzos por intervenir en el dominio
de la naturaleza y en la organización social;…no asumimos que cada disciplina
de la actividad humana tenga sus propios paradigmas, … la manera como cada
disciplina aborda su objeto puede tener particularidades metodológicas dadas
por las características específicas del objeto, pero salvo las expresiones
marginales animadas por un paradigma contradictor en ciernes, esa metodología
estará subsumida en el sistema de pensamiento dado por el paradigma dominante…”
(Cardona, 1995).
Igual que ha sucedido con los paradigmas en cualquier
área del conocimiento, los cambios de paradigma en salud han sucedido cuando
las condiciones generales de la vida social han experimentado recambios de tal
carácter que permiten el afianzamiento de nuevos conceptos. Yo creo que la
forma como han transformado las conceptualizaciones de enfermería y la ciencia
de enfermería; desde un servicio humano, comprensivo, compasivo y de apoyo, y
más recientemente, como una ciencia de la salud y la conducta humanas a través
del proceso vital (Gortner, 1986), (Newman); son una expresión clara de la
forma como se van modificando los paradigmas.
El conocimiento y estudio de nuestras filosofías,
modelos conceptuales y teorías, con el objeto de analizar la evolución de
enfermería como una disciplina, desde la explicación “nightingaliana” del
fenómeno de enfermería, hasta el presente; es una exigencia planteada y puesta
en marcha por múltiples autoras (Marriner - Tomey, 1994) y el reciente intento
nacional de hacer un análisis de algunas de las más conocidas teoristas de
enfermería (Castrillón, 1997); para citar sólo dos, uno a nivel internacional y
a otro de nuestro país.
Helge Kragh (citada por Cardona, 1995), incorpora como
elemento constitutivo del paradigma predominante en una disciplina científica
el acogimiento que los científicos tienen de alguna forma de historia de su disciplina. La aceptación de esa
forma particular de historia constituye una “función socializante. Esa
aceptación que los científicos (o los profesionales) tienen de la historia de
su disciplina, ese respeto y acogida a quienes han representado su modelo de
científicos (o profesionales), esa compenetración con la ideología que hay
detrás del paradigma dominante, constituyen los puntos de sustentación de ese
paradigma…”
Esto significa que parte de la sustentación
paradigmática de la enfermería, está dada por la existencia y “aceptación
social” de “alguna forma de historia”; lo cual quiere decir también, que tanto
una historia sociológica (externalista), como una historia (internalista) desde
una perspectiva epistemológica y de análisis de su conceptualización teórica y
metodológica, son importantes; para poder entender de manera integral la
evolución de nuestra disciplina profesional.
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